Cecil Taylor y el éxito de la perseverancia

El pasado 5 de abril moría el pianista neoyorquino Cecil Taylor a los 89 años, dejando un legado de vanguardistas e inusuales vicisitudes musicales.

Por Escarlata Fernández.

Una de las mayores figuras undergound del jazz, Cecil Taylor demostró que incluso la incorrección requiere de extensa formación e intachable trayectoria. El pianista –a ratos percusionista, a ratos poeta y, de continuo, hábil artista– se erigió como estandarte del free jazz a fuerza de una férrea persistencia en su ideario.

Cecil Taylor

La suma de su formación clásica –en el New York College of Music y el New England Conservatory–, sus intensas horas de ensayo al piano –animadas por su madre, aficionada al jazz– y su personal eclecticismo, le reportaron una depurada técnica de la que se serviría para recordar a Bela Bartok, Thelonious Monk e incluso a Bill “Bojangles” Robinson. Consiguió que el término ‘extravagante’ prescindiera de su cariz denostador y pasara a subrayar la originalidad fuera del orden establecido.

El aire percusivo de sus interpretaciones le valió la pulida comparación de la crítico de jazz británica Val Wilmer, quien dictaminó que Cecil Taylor tocaba «88 tambores afinados». Sin embargo, no todos los acercamientos musicológicos serían tan atinados como este. Al pianista le acompañó durante el inicio de su trayectoria –un inicio de varias décadas, valga lo dilatado de su recorrido– una cierta incomprensión, más por parte de la crítica que del público.

Aunque tales desavenencias, tan propias al arte, suenen injustas en retrospectiva (“a toro pasado…”), es lógico pensar que las innovaciones que Cecil Taylor introducía con sus maneras, se escapaban al asentado vocabulario musical al que era contemporáneo con la misma velocidad de sus digitaciones.

Sobra mencionar que, en ocasiones, Cecil Taylor tuvo que financiar sus incursiones creativas con profesiones que le quedaban lejos del piano; lo verdaderamente relevante es que gozaba de un propósito tan claro que ningún obstáculo consiguió alejarle de lograrlo. En la década de los 60 ganó merecido reconocimiento con Unit Structures, un álbum en el que se condensaban una serie de módulos estructurados que, en sus directos, siempre invitaban a un diálogo de improvisaciones. En los 70 actuó en la Casa Blanca sorprendiendo a un entusiasta Jimmy Carter. Y en los 80, ya asentado como referente, se dejó caer en un singular relato del argentino César Aira. Y es que, al margen de la atonalidad, los clústeres y las innovaciones musicales del pianista, lo que realmente termina posicionándole en un lugar meritorio es la tenacidad y entereza con que afronta su personal cometido.

En definitiva, haciendo honor a su legado, cabría evitar la trampa de la definición fácil y simplemente dejarse transportar por sus creaciones.

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