Texto de Adrián Besada / Fotografías de José Luis Luna
“Estás hecho un cascarrabias”, me decían a las puertas del Teatro Victoria Eugenia, lugar en el que transcurrió, por segundo año consecutivo, la edición del JazzEñe de este 2022. Realmente no soy demasiado mayor, de hecho todavía tengo derecho a usar el cada vez menos útil Carnet Joven. Sea como sea, estos comentarios venían a cuento de que, sin ningún tipo de pudor ni vergüenza, me atreví a declarar delante de amigos, colegas y desconocidos que, en general, la programación no fue especialmente apetente y apropiada. Obviamente se trata de una apreciación subjetiva y personal, quizá debida a mi tendencia a comparar, quizá debida al sesgo de unos gustos y convicciones particulares, o quizá porque realmente esta era inconsistente en cuanto a lo que cabe esperar de un evento de estas características. Eso nunca lo sabremos, o sí.
Antes de comenzar este breve relato de lo que fue mi paso por un caluroso y veraniego San Sebastián en su semana de homenaje al jazz, no puedo más que dar las gracias a la Fundación SGAE y a este medio por ofrecerme de nuevo la oportunidad de asistir a una cita imperdible para cualquier aficionado a este género. En este caso por partida doble, ya que en esta ciudad guipuzcoana comparten espacio-tiempo, desde hace dos años, la feria de jazz español JAZZEÑE y el veterano festival JAZZALDIA, ambos llenos de músicos y grupos de primera fila del panorama nacional e internacional. En el caso del primero, el que aquí nos ocupa, cabe destacar su formato de “showcase”, convirtiéndolo en un auténtico escaparate y vehículo promocional para sus participantes de cara a programadores, promotores y agentes de la industria musical de todo el mundo. Retomando mis primeras aseveraciones, cabe subrayar el hecho de que pese a lo que pueda parecer, ningún concierto me pareció malo, de hecho, cada músico de los que pasaron por el escenario de JazzEñe merecen todo el respeto como creadores e intérpretes. Mis comentarios tienen más que ver con la configuración y ejecución del proyecto JazzEñe. Así, en este caso, me parece que, teniendo en cuenta la dilatada escena jazzística de este país, la elección de los participantes se hace desde un prisma poco jazzístico, es decir, poco apropiados para lo que, repito, se trata de una muestra de jazz para dar la oportunidad a músicos nacionales a ser visibilizados. Esta generalización y apreciación no implica, por tanto, que no hubiese momentos de auténtico júbilo, virtuosismo, sorpresa y verdadero fervor jazzístico, sino, en mi opinión, una falta de deferencia con la gran cantidad de grupos y artistas jóvenes, creativos, atrevidos, talentosos y con muy pocas oportunidades de darse a conocer en la escena patria.
Sea como sea, la primera jornada de este JazzEñe tuvo lugar el jueves 21 de julio, el bullicio disperso en la entrada del teatro Victoria Eugenia -y en toda la ciudad- advertía del cambio sustancial en el número de peregrinos del jazz respecto a los años hastiados por el ya casi olvidado covid. Aunque no era la primera, ya que el día anterior habían actuado en la playa de Zurriola el grupo Simple Minds, esta actividad fue el pistoletazo de salida para el jazz en la ciudad donostiarra, teniendo como protagonistas a Oreka TX y Chico Pérez. El primero es un veterano grupo vasco que tiene como carta de presentación la txalaparta, un curioso instrumento vernáculo que se toca entre dos. Supongo que para muchos de los que estábamos allí era nuestra primera vez con dicho instrumento, generando una expectación más que justa debido a la inusual formación de bouzuki (Juanjo Otxandorena); percusión (Iñigo Egia); alboka, clarinete de madera, saxo soprano (Mixel Ducau) y el ya citado txalaparta (Harkaitz Martínez de San Vicente y Mikel Ugarte). Además, llamaba la atención ver allí a un grupo que ya se había dado cita en nada menos que el escenario de de la Plaza de la Trinidad, “la Trini” para los amigos, dos años antes dentro de la programación del Jazzaldia. La sorpresa al escucharlos fue doble, por un lado el sonido, el repertorio y el desarrollo musical, el juego de improvisación y la mezcla tímbrica de materiales crudos con el saxo soprano, realmente consigue crear una atmósfera bucólica y casi mística a través de unas estructuras circulares, muy en la línea folk que presentan. La segunda sorpresa tiene más que ver con el lugar en el que estaba escuchando esta música y a estos músicos. El jazz es un género extraordinariamente permeable, capaz de absorber, cambiar, hibridar y fusionar cualquier música, por eso me esforcé en comprender el sentido jazzístico de todo aquello, pero no lo conseguí. Sí, hubo improvisación y un saxo soprano, pero nada más, por no citar el hecho de que este proyecto lleva veinticinco años en activo y cuenta con numerosos reconocimientos y distinciones, sin duda merecidos, porque lo que hacen es excepcional, pero me lo sigo preguntando, ¿por qué estoy viendo en JazzEñe a un grupo que ha salido en televisión, ganando innumerables premios, tocando en algunos de los escenarios más importantes del panorama nacional y que están más cerca de parecerse a Alan Stivell que a cualquier formación jazzística? Entiendo y comparto el afán por reivindicar la coalescencia entre los diferentes folclores y otros géneros, ya sea jazz, rock, pop, etc. pero creo que el jazz español cuenta con proyectos jóvenes, frescos, poderosos y de mucha calidad que merecen un espacio como este para darse a conocer y tener la oportunidad de demostrar las posibilidades de nuestro jazz.
Al siguiente concierto asistí un tanto coartado, lo reconozco, y es que, aunque me gusta y lo disfruto, sufro un hartazgo crónico hacia el jazz flamenco y su vinculación directa y casi unívoca con el jazz español. Chico Pérez es un pianista fabuloso, además, su repertorio consigue acercar un vocabulario y maneras, tanto del flamenco como del jazz, al público general, ya que es digerible y poco untuoso, incluso cuando interpreta temas bebop como el breve pero efectivo homenaje a Charlie Parker. Usa unas formas sencillas y reconocibles en las que incluso introduce un tema tan conocido como La tarara, que nos remite, inevitablemente, a Camarón y su “Leyenda del tiempo”, germen de este estilo. Sin embargo, creo que los clichés del flamenco dentro de un festival de jazz están más que trillados y no es más que un ejercicio tautológico que merece ser superado pronto por programadores y artistas.
Tras la primera jornada de jazz, consciente de que era el primer día de muchos, asisto al concierto de Calexico en el Teatro Kursaal que, cual jengibre encurtido, me deja listo para afrontar un nuevo día de jazz, en el que vería a la coruñesa Verónica Ferreiro junto a Moisés P. Sánchez, Ander García y Javier Sánchez, seguidos del trompetista cubano Carlos Sarduy.
El día comienza con un paseo a la orilla del río Urumea, que desemboca en el teatro Victoria Eugenia, donde me encontraría con mi amigo Julen García. Nos adentramos en la tramoya de este para entrevistar a Carlos Sarduy, con quien tuve una conversación de lo más interesante sobre su visión de la música en general y el jazz en particular. Finalizada esta tomamos asiento y nos disponemos a conocer el proyecto “Camiño” de Verónica Ferreiro y Javier Sánchez, a quien también tuve el gusto de escuchar en la anterior edición del JazzEñe junto al fabuloso saxofonista Ariel Brínguez. La presentación del grupo es sobria y tras la primera nota sabes que será un concierto entretenido y, cuanto menos, diferente. La voz de Verónica es lírica y profunda, con un carácter personal y letras completamente en gallego que acentúa lo que ella misma describe como “poemas intimistas”. Así mismo, los arreglos están trabajados en profundidad: compases de amalgama, solos con un gusto y lenguaje extraordinarios, además de una banda con un sonido empastado y bien definido que, en general, se afana en ser un soporte sólido de la voz de Verónica. Esto es especialmente importante porque, más que un grupo de jazz, el compendio que se presenta tiende más al pop, eso sí, con una labor sobrecogedora en el ámbito compositivo y arreglístico por parte de Javier Sánchez.
En el caso de Carlos Sarduy puedo decir que era uno de los conciertos que más esperaba, pues es uno de estos músicos que sorprende por su versatilidad y eclecticismo. En esta ocasión se presentó en un formato de quinteto en el que eligió un repertorio muy conveniente, haciendo participe en muchos momentos al público y dando todo un recital de jazz con aires latinos que resultó de lo más entretenido. Así mismo, cabe destacar las incursiones del propio Sarduy al piano y las congas, donde demostró una musicalidad excepcional, además de dar un gran dinamismo a los escasos cuarenta y cinco minutos de recital que supieron a poco.
Finalizada esta segunda jornada de JazzEñe tuve ocasión de hablar con Verónica Ferreiro y Javier Sánchez, quienes compartieron algunas ideas respecto a su proyecto y con quienes pude conocer en profundidad las motivaciones e historia que hay detrás de su nuevo disco. Así mismo, aproveché para estrechar mi relación con la ciudad hasta que llegó la hora de asistir al concierto de Gregory Porter, de nuevo en el Kursaal. Sin lugar a duda, un concierto para el recuerdo, y es que pocas veces podemos sumergirnos tan profundamente en el auténtico soul, ese que penetra y empapa hasta los huesos, que te remueve por dentro y te mueve por fuera. Lo repetiría una y mil veces.
Tras una larga noche y también un largo día por delante da comienzo la tercera etapa de festival, que tiene como protagonistas al pianista Moisés Sánchez y Daahoud Salim. En primer lugar intervino el pianista madrileño, otro asiduo del festival que se presentó, esta vez, en solitario. Su propuesta es atrevida, aunque no nueva, desde Duke Ellington a Keith Jarrett hay todo un plantel de pianistas que se han atrevido con este formato y tipo de repertorio. Sin hacer ningún tipo de comparación, cabe señalar que, al igual que hicieron en su momento los dos pianistas citados, el set list elegido por Sánchez germina sobre un repertorio de piano “clásico”: Bach, Beethoven, Stravinsky o Bartók, entre otros. Sobre estos desarrolla una visión personal atravesada por el lenguaje del jazz, finalizando el recital con un In a sentimental mood que puso en pie al teatro. Tras este no tardó en aparecer en escena el quinteto de Daahoud Salim, un joven pianista con un palmarés extraordinario para su corta carrera. Su incursión en JazzEñe fue de lo más interesante, con un jazz de corte clásico muy original en el que, además de su talento como intérprete destaca su faceta como compositor, con un conocimiento profundo del género y su sonido. Así mismo, cabe reseñar a sus sideman, especialmente al trompetista Bruno Calvo, que nos dejó algunos de los momentos más hot del festival con unas improvisaciones y líneas demoledoras.
Ya advirtiendo el ocaso del festival, y de forma casi providencial, asistí al propio ocaso de Iggy Pop en un abarrotado teatro Kursaal que, salvo algunos fans acérrimos, dio cuenta del desgaste del ya mítico cantante de The Stooges, que pese a ser el concierto más caro, fue uno de los más decepcionantes en muchos sentidos. Tras este me dirigí corriendo a “la Trini” para asistir a lo que, en mi opinión, fue lo mejor del Jazzaldia, pues estaban Steve Coleman y sus Five Elements seguidos de un fabuloso Louis Cole. Me gustaría pararme en este punto para dar cuenta de uno de los grandes problemas que arrastra el jazz en este país, y es que la estandarización de unos clichés, cánones, maneras, repertorio, etc. hace que el género se convierta en un compartimento estanco y autárquico, fácil y predecible, tanto en el ámbito interpretativo como en su recepción. El público de “la Trini” permaneció, aunque atento, pasivo y, en cierto modo, indiferente ante un Steve Coleman devastador que dejó algunos momentos de auténtica exaltación que, con un cierto aire de hip-hop, desarrolla e innova sobre una idea del jazz que recuerda a proyectos como Screaming Hedless Torsos o los discos de la última etapa de Miles Davis.
El caso de Louis Cole es más paradigmático, pues en menos de quince minutos de recital vimos como menguó el público de la plaza en casi la mitad de espectadores ante una formación que, sin lugar a dudas, está en la vanguardia del jazz actual y rompe con los moldes más ortodoxos del género. De aquí extraigo una conclusión que me parece fundamental, y es que una parte importante del público de este tipo de festivales no está educado en el jazz, sino que entiende este a través de una concepción estereotipada del mismo, tanto en su sonido como en sus implicaciones sociales y extramusicales. Así mismo, la cuestión generacional está presente en todo este proceso, y es que el público joven era minoritario -también debido, por supuesto, a los precios del festival y la propia ciudad-, creo que precisamente, porque por parte de los programadores se sigue incidiendo en un jazz anclado en un ideal más cercano a lo museístico, a los grandes nombres en cuanto a las formaciones internacionales y al cliché flamenco y latino en cuanto a las nacionales. Creo que es necesario superar ciertas ideas que han arraigado en el género para devolverle su propia naturaleza: la innovación, la transformación y la transgresión de sus propios límites.
Tras este breve inciso, sigo con el último día de este JazzEñe. La clausura del festival vino de la mano de Berta Moreno y Ernán López-Nussa. La primera lo hizo presentando su Afro-Jazz Soul Project, una propuesta cargada de intención que creo que podría explotar de un modo más eficaz. Si bien el concierto fue bueno, y de hecho, el saxofón de la propia Moreno fue de lo más destacado de la actuación, pues tiene un sonido y un lenguaje de lo más atractivo, las posibilidades rítmicas y sonoras de un género como el afro-jazz -que bebe del neosoul, el funk, e incluso la música electrónica- no se aprovechan del todo. Estos elementos aparecen de forma muy discreta y casi imperceptibles a favor de unas composiciones e interpretaciones que a pesar de ser realmente buenas en contenido y continente, no destacan entre otros proyectos de corte más clásico.
El pianista cubano Ernán López-Nussa apareció en escena en formación de quinteto presentando su proyecto Havana in Grand Manner, en homenaje a Felipe Dulzaides, que destaca por unas composiciones de corte clásico muy bien trabajadas en las que no hay cabos sueltos. Sin duda una de las mejores intervenciones de esta edición de JazzEñe, y no solo por los arreglos e interpretación de Nussa, sino de todo su quinteto, uno de los más sólidos y maduros de todos los que pasaron por el escenario del teatro Victoria Eugenia esos días, destacando los magníficos solos de guitarra de Héctor Quintana y de contrabajo de Samuel Burgos. Así mismo, vuelvo a hacer hincapié en la idea de que, por mucho que haya disfrutado de un concierto como este, creo que un artista como Nussa, con más de una veintena de discos firmados y conciertos por todo el globo, no necesita visibilidad en una feria de jazz que debería servir como trampolín para grupos emergentes y las nuevas generaciones del jazz español.
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