Implosión

Ambrose Akinmusire

Texto: Daniel Román

@romanro.daniel

 

Akinmusire toca, da la impresión, como si no hubiera progresiones en su cabeza, ni una fuerza externa que lo guíe. Habita otro ritmo o, mejor dicho, usa el tiempo como si la palabra mañana significara siempre.

La consigna de la música que se vuelve interesante, pienso, siempre va de desprenderse de los clichés del género. Acá, nosotros, estamos por tocar bien, por la espectacularidad y celebrar las maromas del guitarrista de turno (con excepciones, por supuesto); en estado de adolescencia, tratando de cumplir los cánones del buen jazz tonteando con los standards.

Ambrose está en otro lugar, por fortuna. La banda es la extensión del espíritu de la trompeta de Ambrose: todos comparten el arrojo. Suele pasar que un músico consagra su sonido y lo demás es repetir la fórmula hasta morir. Libros de métodos y vídeos de YouTube dando los secretos de su estrategia. Ambrose, más allá del color de su sonido, parece aplicar siempre nuevas estrategias de improvisación; a veces articulaciones, a veces cambios bruscos de intensidad, en otras ocasiones notas repetidas. Pocas melodías que recordar; ¡gracias por los granizos primaverales!

Es obligatorio aniquilarse a cada momento, parece decirnos, para ir tras esa música que te lleva como tras un perro callejero al que sueñas con rescatar. Pocos II-V-I y liks que atiborran los dedos de muchos jazzistas. Le comenté a Adrián, director de la revista, que venía con pésima disposición, que el jazz cada vez me sorprende menos (el estrés de fin de temporada es el causal, lo sé) y me he decepcionado maravillosamente; claro, quería confirmar mi desencanto con la vida y Ambrose me dio nuevos minutos de esperanza que me confirman que no está todo dicho.

La consigna de Ambrose es, como decía mi profesor de matemáticas, inversamente proporcional; mientras menos jazz más jazz. O, dicho de otra forma: es un músico contemporáneo —por el tenor de las composiciones, por los elementos de esa tradición que trae al mundo del jazz— por la ausencia de ambición en el sentido de ofrendar diversión al uso a los auditores. Ojo, que esto no es free jazz porque se distingue una arquitectura de otra naturaleza.

Nada aquí huele al Estados unidos de América arrogante y altanero ¿Qué se escucha? Una trompeta opaca, ostinatos que son poco más que intervalos (como si la idea de frase sobrara). ¿Quién dijo que la melodía es todo? Hay quienes creen exactamente lo contrario: el ritmo es todo; la guitarra es un tambor con cuerdas en su base en algunos lugares del planeta. La trompeta en ciertos pasajes no termina de afinar ni elaborar. Bellísimo. Siempre llegamos tarde a estos grandes momentos del jazz, me digo rumiando —como compositores o auditores— por miedo, o por falta de ideas, o falta de identidad.

Los dueños del jazz hacen mejor jazz porque se salen del jazz. Apropiarse —como quien martilla un mueble que no termina de cuadrar— es deformar, transformar, embellecer, manipular. Sumarse a la imaginación musical, así sin tapujos, es no apropiarse a menos que sea acosta de hacer resonar los márgenes. Notas largas muy largas, dinámicas mínimas; el resoplido del trompetista antes de que el instrumento haga su labor. Esos materiales crean la primera línea de su música. Atender a los fantasmas que no son la industria ni el teatro ni la productora ni el público. O al menos así lo hace parecer.

No es bueno por americano Ambrose, es muy bueno porque no responde a ese registro ni a esa exigencia, por la mirada oblicua de un solo de trompeta que nos oculta perfectamente su raíz. La música es pensamiento, me repito: conecta imágenes y sonidos, interroga orígenes y escuelas. Es transparente; va de lo material a lo ilusorio, de lo fantasmal a lo sonoro. Ambrose es vanguardia no por la intención de ofrecer algo nuevo sino por su cercanía con aquello que le atormenta en la cabeza o en el alma y que, por fortuna, adopta la forma del sonido, la singularidad de lo imaginario. Ahí la música solo puede ser completamente nueva —canto que ha sido valiente siempre será canción nueva— a costa de melodías, de aplausos y seguidores. Un lujazo el Ambrose y su banda. Como esos libros de poesía de Louise Gluck donde la sorpresa es la resonancia de la mano que especula.

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