Del laboratorio sonoro de Artikulation Band al embrujo vocal de McLorin Salvant en el Festival de Jazz de Getxo 2025

En el tercer día del Concurso de Grupos del 48º Festival Internacional de Jazz de Getxo, la propuesta de César Vidal & Artikulation Band dejó una profunda impresión en el público reunido en la sala Ereaga del Muxikebarri.

Texto: Pedro Andrade

@pedroandradecifu

Con un enfoque tan atrevido como sofisticado, el quinteto liderado por el saxofonista chileno César Vidal ofreció un concierto vibrante, contemporáneo y lleno de texturas. La formación —integrada por Pietro Aloi (piano), Jon Carranza (contrabajo), David Gimeno (batería) y Jorge Care (electrónica)— apostó por una estética en la que el jazz moderno dialoga con elementos digitales. El componente electrónico, aunque con una presencia discreta, introdujo matices tímbricos interesantes que ampliaron el espectro sonoro del grupo. En algunos pasajes, esas intervenciones rompieron momentáneamente el desarrollo melódico o la tensión narrativa del cuarteto acústico; no obstante, en otros momentos, aportaron un aire de extrañeza y ambigüedad que enriqueció la propuesta desde una perspectiva más textural que estructural. Quizás ese contraste fue deliberado: un intento de tensionar el discurso para abrir nuevos espacios de exploración estética. En cualquier caso, se trata de una línea de trabajo con potencial, aún en evolución, que sugiere una voluntad clara de salir de lo predecible.

Desde los primeros compases, quedó patente la solidez interpretativa del cuarteto acústico, con un sonido bien engrasado y un equilibrio dinámico notable. El saxo de Vidal mostró madurez, lirismo y sentido estructural, mientras que la sección rítmica desplegó una escucha atenta y un pulso contenido, al servicio de un jazz que bascula entre lo introspectivo y lo rítmico.

El público, atento y respetuoso, acompañó con interés la actuación, que alternó pasajes más libres con otros de evidente lirismo. A pesar de ciertos desequilibrios en el ensamblaje general, el concierto dejó momentos de gran intensidad, como en el tema final, donde el quinteto alcanzó un diálogo más fluido entre lo acústico y lo digital, generando un clímax vibrante y cohesionado.

César Vidal & Artikulation Band se revelaron como una propuesta con ideas claras y voluntad de riesgo, si bien con aspectos aún por pulir. En el contexto de un certamen que valora tanto la técnica como la originalidad, su intervención destacó por su personalidad y por una dirección artística decidida, que apunta hacia territorios fértiles aún por descubrir.

Tras la actuación del quinteto finalista, la noche culminó con una de las voces más deslumbrantes del jazz contemporáneo: Cécile McLorin Salvant. La cantante franco-estadounidense, en plena madurez artística, ofreció un concierto inolvidable que dejó al público vasco literalmente rendido a sus pies.

El recital formaba parte de los últimos compases de su gira, y así lo hizo notar ella misma con humor y cercanía desde el escenario. Sin grandes artificios pero con una técnica vocal espectacular, Cécile se impuso con su carisma natural, su maestría interpretativa y una capacidad única para transformar cada canción en una historia nueva. Lo hizo, además, con un set list prácticamente improvisado, confiando en su instinto y en la conexión con la audiencia.

A su lado, un trío de primer nivel fue mucho más que un acompañamiento: Sullivan Fortner (piano), Yasushi Nakamura (contrabajo) y Kyle Poole (batería) tejieron un entramado sonoro sensible, elegante y sorprendentemente libre. Fortner —habitual cómplice musical de Salvant— dialogó con ella en cada tema con refinamiento y picardía, jugando con los silencios y los contrapuntos armónicos. Kyle Poole, desde la batería, ofreció una paleta rítmica sobria pero expresiva, con toques de swing medido y fraseo moderno.

Mención especial merece Yasushi Nakamura, contrabajista de sonido robusto y musicalidad exquisita. Su forma de sostener la armonía y al mismo tiempo aportar un impulso melódico discreto pero constante fue clave para el carácter flexible del concierto. Su ejecución, firme y a la vez dúctil, dotó al grupo de una base profunda desde la que todo pudo respirar con libertad.

El repertorio viajó entre lenguas, épocas y geografías. Desde la versión íntima y elegante de «Te vi» de Fito Páez hasta una lectura irónica y teatral de «Puro teatro», McLorin Salvant transitó con soltura por baladas, boleros y standards, mostrando una vez más su capacidad para convertir cada pieza en una experiencia escénica.

Especialmente emotiva fue su interpretación de «Quisiera ser un pez» de Juan Luis Guerra, que revistió de un swing sugerente, lleno de matices. Pero el momento más conmovedor de la noche llegó en los bises, cuando, con el teatro completamente entregado, ofreció una versión a capela de «Gracias a la vida» de Violeta Parra. Fue un cierre mágico, íntimo y profundamente humano, que encendió una ovación prolongada y selló con broche de oro una sala que, como era de esperar, agotó todas sus localidades.

En tiempos donde la técnica a menudo supera a la emoción, Cécile McLorin Salvant —junto a un trío que toca con escucha y generosidad— demostró que se puede conmover, deslumbrar y entretener a partes iguales con una propuesta honesta, vital y libre de ataduras. Una artista total que no solo canta jazz, sino que recrea el arte de contar con la voz.

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