Hay grupos jóvenes que despuntan con potencial. Y luego está el L.A.B. Trio, que llegó a Getxo con un planteamiento claro y bien resuelto. Apenas llevan un año funcionando como formación, pero el contrabajista Barnabás Miháy (bajo eléctrico), el pianista y teclista Alexandre Barthalay y la percusionista Leela Faude, procedentes de Francia, Alemania y Hungría respectivamente, mostraron un enfoque profesional y una propuesta estilística definida: jazz de base progresiva con fuerte identidad rítmica, melodías atractivas y una ejecución precisa.
Su repertorio —compuesto íntegramente por piezas propias— se movió con soltura entre el groove moderno y estructuras con un punto de riesgo. La interacción entre los tres fue constante y fluida, aunque todavía hay espacio para ganar en sutileza y desarrollo dinámico. No obstante, el público conectó rápido. En la jam del Pipper’s de Algorta, donde volvieron a mostrar soltura y carisma, se confirmó lo que ya flotaba en el ambiente: eran firmes candidatos al primer premio. Y se lo llevaron.
El segundo premio recayó en el elegante César Vidal Quintet, que trajo una propuesta igualmente arriesgada, pero finalmente bien articulada. El galardón al mejor solista fue para el contrabajista gallego David Guerreiro, cuya musicalidad, centrada en un fraseo lírico y sólido, dejó una impresión muy positiva.
Pero la noche no acababa ahí. El concierto principal fue una cita con el largo recorrido. El Marcin Wasilewski Trio, que ganó el mismo concurso en 1996 cuando todavía se llamaban Simple Acoustic Trio, volvía al festival ya como grupo consolidado y con Joe Lovano como compañero de viaje, uno de los nombres clave del jazz contemporáneo.
Juntos presentaron un proyecto que da continuidad a sus colaboraciones anteriores en ECM (Arctic Riff, 2020 y Homage, 2025), y que se mueve en un espacio sonoro abierto, a medio camino entre lo meditativo y lo melódico. Lovano, sin necesidad de imponer su voz, articuló un discurso expresivo, pausado y lleno de matices, tanto con el saxofón como con el clarinete. Su manera de estar sobre el escenario, más reflexiva que protagónica, se integró de forma natural con la propuesta del trío.
El uso de gongs asiáticos marcó la singularidad de una puesta en escena que no busca impacto inmediato, sino profundidad atmosférica. Piezas como “Love in the Garden” o “Golden Horn” fueron pequeñas ceremonias de concentración y escucha. En composiciones como “Homage” o “Projection” se apreció una conexión muy depurada entre los cuatro músicos, con espacio para la respiración colectiva y los detalles sutiles.
No era la primera vez que Lovano pisaba Getxo, pero en esta ocasión ofreció una actuación plenamente integrada, donde su sonido sirvió más como canal expresivo que como escaparate. El concierto se cerró con el espiritual “Spiritual” de Coltrane, un guiño a la dimensión trascendente que atraviesa su música reciente.
Wasilewski, como siempre, mantuvo su estilo elegante y sin estridencias, atento al espacio y a las texturas. A su lado, Slawomir Kurkiewicz al contrabajo y Michal Miskiewicz a la batería tejieron una red sónica rica en detalles, evitando caer en automatismos o lugares comunes. La compenetración entre los tres sigue siendo uno de los grandes valores del grupo: no necesitan demostrar nada, simplemente se expresan.
Lejos de cualquier efecto nostálgico, su regreso a Getxo fue una afirmación de continuidad. Tres décadas después, la música que hacen sigue evolucionando sin perder autenticidad.
La noche del 5 de julio fue una celebración de eso que el jazz sabe hacer mejor que ningún otro lenguaje: tender puentes entre generaciones. El L.A.B. Trio mostró que hay jóvenes con las ideas claras y un sonido propio en gestación. Lovano y el Marcin Wasilewski Trio, por su parte, ofrecieron un ejemplo de cómo seguir explorando sin perder profundidad.
Como dijo Lovano al cerrar el concierto:
“Gracias por la inspiración.”