Veinticinco años no se cumplen todos los días. Y mucho menos en el jazz. Para llegar ahí hace falta paciencia, una terquedad saludable, un público fiel… o, en el caso de Sumrrá, las tres cosas y algo más: tocar sin disfraz, seguir explorando y no rendirse a la lógica del escaparate.
Fotos: Juan Fran Ese
El trío gallego celebró en Vitoria su cuarto de siglo con un concierto que fue tanto retrospectiva como reafirmación. Fueron desgranando su discografía como quien hojea un cuaderno de apuntes vitales y se le cae la lagrimilla con orgullo: “Lisboa 5PM”, “Vida sen pipa”, “Believe in Trane” (su particular rezo laico a Coltrane), y piezas de 4.0 y 5 Journeys como “4.6”, “Johannesburgo”, “Qin Jin” y “Ra”, esta última con una presentación humorística incluida sobre sus supuestas aspiraciones cósmicas. Cerraron con “Kika”, de su primer disco, dejando claro que su música envejece bien porque nunca fue joven por moda, sino por impulso.
L.A.R Legido fue puro ingenio rítmico en escena: un batería que toca con los ojos cerrados, el ceño fruncido y en continuo trance, que desborda el set con juguetes, globos, muñecos mecánicos y otros objetos no homologados, desafiando cualquier ortodoxia con la creatividad y el arte del que sabe que lo importante no es parecer, sino sonar, generar texturas, tensiones y ambientes. Lejos de ser mero espectáculo —que lo es—, su propuesta tiene fondo: convierte lo lúdico en un lenguaje propio que atraviesa a cualquiera que se ponga por medio.
Manuel Gutiérrez, al piano, traza líneas limpias, poéticas y sobrias. Su contención, lejos de ser tímida, es una forma de autoridad musical. Toca como quien conoce el silencio: sin necesidad de llenar cada compás, hace que cada nota respire, que cada acorde tenga propósito. Su estilo es minimalista sin ser frío, lírico sin caer en la complacencia, y profundamente comunicativo. Y Xacobe Martínez Antelo, al contrabajo, sostuvo el vuelo con elegancia y un discurso expansivo que no necesita gritar para hacerse escuchar. Su sonido tiene peso y dirección. Su “eskerikasquiño” final fue tan tierno como revelador: agradecimiento en clave gallega por un cuarto de siglo sin rendirse.
Tras el concierto, conversando con María José (mánager del grupo) y con el propio LAR, nos adelantaron que el trío está ya preparando su octavo disco, que grabarán este año en Portugal, nuevamente bajo el ala del sello Clermont Music. Buenas noticias para quienes creemos que la independencia estética no está reñida con la ambición artística.
Que Sumrrá tenga más reconocimiento en Asia que en algunos circuitos nacionales no deja de ser una broma con poso amargo. Tal vez porque la industria busca caras más que propuestas, o tal vez porque ciertos festivales siguen creyendo que lo internacional siempre es mejor. ¿Quién sabe? Pero si tras 25 años este trío sigue tocando con la misma energía, es porque tienen algo que ni el algoritmo ni el márketing pueden fabricar: personalidad.
Gracias Vitoria por traerlos nuevamente.
Interpretar Epitaph, la gigantesca suite que Charles Mingus dejó como legado, no es tarea menor. Hablamos de una obra compleja, vasta, emocionalmente exigente y de una densidad casi sinfónica —como bien apuntó Ramón Cardo, director de la orquesta, en su intervención inicial—. Montarla requiere más que técnica: hace falta compromiso, escucha profunda y una orquesta dispuesta a ir más allá del virtuosismo. Y eso fue lo que ofreció la Clasijazz Big Band Orchestra. Los músicos se trasladaron a Vitoria el lunes anterior y ensayaron más de diez horas cada día, según nos explicaba, con asombro, Iñigo Zarate, director artístico del festival. Lo de Clasijazz y Pablo Mazuecos al frente ha sido una muestra de entrega absoluta a esta cita mayor.
La formación —compuesta por más de treinta intérpretes de enorme nivel— incluyó a figuras como Perico Sambeat, Julián Sánchez, Enrique Oliver, Pedro Cortejosa, Andreu Pitarch, Bori Albero, Pablo Báez, Daahoud Salim o Arturo Serra, entre muchos otros. Juntos abordaron Epitaph con decisión y una sorprendente cohesión, sonando como una unidad sin perder su identidad individual. Porque Epitaph no es solo música: es una narrativa, un viaje por el alma de Mingus y, por extensión, por la historia musical afroamericana. Su intensidad emocional, su mezcla de swing, free jazz, góspel y modernismo orquestal exige estar ahí con el cuerpo entero.
Durante el concierto se sucedieron momentos de lirismo y caos, de introspección y brillantez colectiva. Destacaron solos memorables de Sambeat, Oliver, Sánchez, Leal, Antonio González, Pitarch, Albero, Báez, y un especialmente inspirado Daahoud Salim, cuyo discurso fue tan delicado como lleno de tensión poética.
El sonido fue robusto, sí, pero también flexible, lleno de matices y detalles. La obra respira por sus múltiples contrastes, y la orquesta supo moverse con soltura entre lo escrito y lo abierto. Un mérito colectivo —raro de ver— que aquí fue palpable.
Ahora bien. En un momento del concierto, una breve sustitución al piano dejó entrever fugazmente la única presencia femenina sobre el escenario. Su aportación causó interés inicial, aunque pasó casi desapercibida y sin presentación. Resulta curioso —y quizá también una oportunidad pendiente— que en un proyecto tan ambicioso como este, impulsado por una institución que ha promovido iniciativas tan significativas como la Valparaíso Big Band (compuesta íntegramente por mujeres), no se haya contado con una representación femenina más visible. No se trata de cubrir cuotas, sino de reflejar el enorme talento que ya existe. En una escena donde la diversidad sigue abriéndose paso, incorporar más voces femeninas no solo es deseable, es una forma natural de enriquecer el discurso colectivo del jazz.
En un tiempo donde el jazz parece tener que justificar su existencia a base de entradas vendidas o viralidad, ver una orquesta como Clasijazz levantar un repertorio como Epitaph es, además de un lujo, un acto de resistencia cultural. Significa decir: “esto también importa”, aunque no se traduzca en trending topics.
Quizá algún día no tengamos que aplaudir estos gestos como gestas, sino como parte de una normalidad más justa y abierta. Mientras tanto, que suenen con fuerza. Y que nos sigan dejando noches como esta.