La jornada del 19 de julio en el Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz fue una travesía fascinante por lo íntimo, lo festivo y lo virtuoso. Cuatro figuras excepcionales se sucedieron en escena: Milena Casado, Dora Morelenbaum, Yamandú Costa y Toquinho (acompañado por Camilla Faustino), quienes ofrecieron cuatro visiones únicas de la música: la de ayer, la de hoy y la del futuro más próximo.
Fotos: Juan Fran Ese
La tarde arrancó en el Palacio de Congresos Europa con una de las propuestas más personales y deseadas por la organización del festival: Milena Casado, trompetista, vocalista y compositora que presentó su primer álbum Reflection of Another Self. Un trabajo introspectivo que indaga en su identidad como mujer afro-latina criada entre España y Estados Unidos, y que toma como punto de partida cuestiones esenciales como el amor propio, la resiliencia y la memoria personal. Su actuación no fue solo un concierto: fue una declaración artística, casi una ceremonia de afirmación.
La trompeta y la voz de Milena flotaron sobre un tapiz sonoro cuidadosamente tejido con electrónica ambiental, improvisación libre y lirismo emocional. Piezas como O.C.T. o Circles resonaron en una versión más orgánica que en el disco, manteniendo, sin embargo, toda su fuerza simbólica y poética. El fraseo de Casado oscilaba entre lo etéreo y lo incisivo, dejando entrever una madurez poco habitual en una artista tan joven. En lugar de reproducir cada capa electrónica del álbum con exactitud, la intérprete apostó por transmitir su mensaje vital y estético: quererse, resistir, reinventarse.
La acompañaron tres músicos de altísimo nivel que supieron leer su universo creativo con elegancia y profundidad: Morgan Guerin (EWI/PDC), multiinstrumentista y productor neoyorquino, aportó una dimensión sonora expandida a través del Electronic Wind Instrument, generando atmósferas casi cinematográficas que nunca restaron protagonismo a la trompeta, sino que la abrazaron con calidez cósmica. Kanoa Mendenhall, contrabajista de enorme musicalidad, fue el ancla emocional del cuarteto. Su sonido profundo y su precisión melódica sostuvieron el discurso de Casado con aplomo, aunque sin buscar el foco solista. Jongkuk Kim, en la batería, tejió un juego rítmico rico en matices y estructuras cambiantes, demostrando que el groove también puede ser inteligente y delicado.
Como anécdota divertida, Íñigo Zárate, director artístico del festival, nos confesó —entre risas— que descubrió a Milena pensando que era una artista americana emergente… para luego enterarse de que en realidad era de Huesca, y que incluso había tocado en el festival ¡cuando era niña! antes de marcharse a Nueva York a formarse. Un giro inesperado y entrañable que la propia artista se encargó de recordar con humor en su primera intervención.
Más allá de la música, Casado ofreció una actuación que generó reflexión no solo sonora, sino ética y emocional. Reflection of Another Self no es un álbum para lucirse, sino para conectar, para transformar heridas en belleza. La artista compartió con el público su visión positiva y comprometida, regalando al final del concierto pequeñas piezas de merchandising artesanal, elaboradas por ella misma, con un valor sentimental añadido. Una artista que, lejos de buscar espectáculo fácil, construye puentes entre tradición e innovación, cuerpo y electrónica, palabra y silencio.
Tras la actuación de Milena Casado, Mendizorrotza se abrió a la energía luminosa de Dora Morelenbaum, una de las voces más prometedoras del MPB contemporáneo. Su disco Pique combina soul, funk y jazz-pop con un pulso sofisticado, sensible y profundamente brasileño.
Sobre el escenario, Dora desplegó una selección de temas como Não Vou Te Esquecer, Essa Confusão, Venha Comigo y Sim, Não, respaldada por una banda sólida y elegante: Guilherme Lirio —guitarrista y director musical del grupo, además de autor del tema Cuidado Comigo—, Guto Wirti al bajo y Daniel Conceição a la batería. El conjunto mostró un equilibrio perfecto entre la calidez melódica, la modernidad rítmica y una interpretación rica en matices, marca de la casa.
Aunque su propuesta se alejaba de los códigos más ortodoxos del jazz, y más alguno lo mencionó entre butacas con aire quejoso, su presencia en el festival se sintió completamente alineada con el espíritu de apertura y diálogo musical que define a Vitoria. Su música, enraizada en la tradición de la música popular brasileña, se proyecta hacia el presente con una sensibilidad renovadora. Lejos de representar una ruptura, Dora amplió el espectro sonoro del festival, que busca conectar también con las nuevas generaciones que, como ella, son herederas naturales de figuras tan importantes como Jobim, Caetano Veloso o Gilberto Gil.
Dora representa esa continuidad viva: una síntesis entre lo clásico y lo emergente, entre el legado y la búsqueda de nuevas formas.
Casi como prestado desde lo boscoso del sur de Brasil, Yamandú Costa irrumpió en escena con su inconfundible guitarra de siete cuerdas de nailon y su matecito. Maestro del choro, la samba, la milonga y el folclore rioplatense, desplegó un solo de más de una hora que levantó al público de sus asientos.
Interpretó, entre otros, Força, Samba pro Rafa, La Invernada, Herança Russa y la emotiva Sarará, dedicada a su abuela, quien le decía que todas sus piezas “parecen introducciones sin letra”. Cada tema era un universo: pulsos, punteo de uñas, mestizaje de ritmos mundanos, hipnóticos y melancólicos. Su técnica deslumbra, pero más aún su capacidad para narrar sin palabras. Cuando el público estalló en aplausos fue inevitable darse cuenta: no solo tocó con virtuosismo, tocó con el corazón y con las raíces vivas de su gente.
Y como broche de oro, llegó Toquinho, acompañado por Camilla Faustino, Dudu Penz al bajo y Mauro Martins a la batería. La expectativa de un set conjunto con Yamandú Costa se desvaneció, pero la doble actuación pudo más: cada grupo se explayó con libertad y sin restricciones de estilo.
Toquinho desplegó un repertorio sin fisuras: Apelo, Corcovado, Garota de Ipanema, Que Será, Aquarela y Tristeza. Camila aportó su voz en Paraules de Amor, Berimbau, Gracias a la Vida y más, encendiendo el escenario con calidez y aplomo. Él, guitarra en mano, habló con suavidad, cordura y nostalgia, recordando su legado junto a Vinicius, Jobim, Chico Buarque o Gil.
El público no se contuvo: bailó, cantó y celebró cada instante. Fue una despedida abrazadora, donde la veteranía brasileña y el talento emergente se fundieron en una atmósfera de gratitud y alegría.