Hermeto Pascoal, Marc Ribot y Dee Dee Bridgewater: Tres maneras de romper el tiempo


En un Jazzaldia que parecía buscar el equilibrio entre fiesta popular y ceremonia del alma, tres conciertos ofrecieron una insólita radiografía de lo que significa estar vivo —o mejor, estar presente— sobre un escenario. Hermeto Pascoal en el Kursaal, Marc Ribot y Dee Dee Bridgewater en la Trini, no vinieron a entretener: vinieron a declarar.

Texto: Pedro Andrade

@pedroandracifu

Fotos: Alejandro Sanz Fraile

@a_kind_of_light

Pascoal, el alquimista albino de Alagoas, se presentó como lo que ya es: un mito que se interpreta a sí mismo. Con 89 años, su cuerpo es casi una sombra que flota entre sus propios instrumentos, algunos convencionales —teclados, flauta— y otros salidos del delirio tropicalista que lo define: cacerolas con boquilla, muñecos de sonidos selváticos, teteras como trompetas, y un repertorio donde lo lúdico roza lo ritual.

Pero su papel no fue el del líder que dirige con brío, sino el del patriarca encantado, apenas audible, más presente como aura que como intérprete. Fue su grupo —una familia en el más literal de los sentidos— quien sostuvo el concierto con rigor y alegría: Fabio Pascoal (percusión), Itiberê Zwarg (bajo), Ajurinã Zwarg (batería), Jota P. (saxos, flautas) y André Marques al piano. Sonaron temas como Viva São Paulo, Papagaio Alegre, Forró Brasil e Irmãos Latinos, entre otros, pero lo que se impuso fue una atmósfera de música que parece brotar de la tierra y evaporarse con la brisa. Hermeto, como un anciano sabio que ya ha dicho todo, simplemente asistía a la celebración de su propio eco.

En un giro brusco de narrativa sonora, Marc Ribot emergió en la Plaza de la Trinidad como un demiurgo del caos. Nada de introducciones ni discursos: apenas una descarga inmediata de electricidad sónica que, sin pedir permiso, arrasó con cualquier expectativa de orden. Hurry Red Telephone, su nuevo cuarteto, no es un experimento: es una advertencia. El nombre —tomado de un verso de Richard Siken escrito tras un colapso cerebral— resume bien su impulso: reconstruir sentido desde la herida.

Con Ava Mendoza y sus guitarrazos imprevisibles, Sebastian Steinberg al contrabajo y Chad Taylor —un metrónomo poseído— a la batería, Ribot canalizó esa energía que convierte el free jazz en un campo de batalla emocional. Heredero del espíritu de Ayler, pero contaminado por el punk, el ruido y el minimalismo, su música fue más que una mezcla de estilos: fue una combustión controlada. No es tanto que improvisen, sino que arden. Cada instrumentista pareció empujar a los demás al borde del abismo, para luego sostenerlos con un hilo invisible hecho de groove, de rabia o de fe. El concierto no cerró con una ovación, sino con un silencio reverencial: no sabíamos si aplaudir o pedir una tregua, algunos hicimos ambas cosas.

Y justo cuando parecía que la energía no podía sostenerse más, apareció Dee Dee Bridgewater, descendiendo del cielo en forma de diosa de la resiliencia. Portando una pamela desafiante y una voz que corta como bisturí, subió al escenario no solo para cantar, sino para conjurar. Su propuesta We Exist! no fue un concierto sino una afirmación radical de existencia, de historia y de lucha.

Minutos antes de empezar, el director del festival, Miguel Martín, le entregó el Premio Donostia reconociendo su legado como una de las voces imprescindibles del jazz vocal. Pero Bridgewater no se conformó con recibir el galardón: lo convirtió en plataforma para redoblar su compromiso. Acompañada de una banda de mujeres —Carmen Staaf (piano), Rosa Brunello (bajo) y Shirazette Tinnin (batería)—, tejió un repertorio que fue desde la denuncia hasta la celebración, desde Nina Simone hasta Gil Scott-Heron, desde el lamento hasta el grito.

A sus 75 años, con la cabeza rapada y un cuerpo que irradia vitalidad, Bridgewater no pide permiso: lo exige todo. Cada tema fue una plegaria contestataria, cada frase una lección de belleza política. Y si alguien esperaba una noche amable de standards, se topó con un espejo. Porque cuando cantó Gotta Serve Somebody, no evocó a Dylan: lo reemplazó.

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