Inauguración del XVIII aniversario de Jazz Círculo: Julián Garvayo Sextet

El pasado 18 de octubre, en el Teatro Fernando de Rojas, la música afrocubana cogió una vez más la mano del jazz para fusionarse en el proyecto  del trombonista Julián Garvayo Sextet.

 

Texto y fotos: Sara Gallego López

@saraxgal

Sonó el timbre que nos adelantaba que el concierto estaba a punto de empezar, las luces del patio de butacas del Teatro Fernando de Rojas se apagaron. Los espectadores más rezagados estaban tomando sus asientos. Todo estaba oscuro, salvo el escenario y alguna linterna. El público se mostraba expectante por lo que se iba a contemplar: el estreno de Julián Garvayo Sextet en Madrid. Además era el día de la inauguración del XVIII aniversario del Jazz Círculo, una propuesta del Círculo de Bellas Artes. Los seis músicos salieron del mismo lado del escenario, se iban colocando junto a sus instrumentos. La percusión comenzó a crear un ambiente que nos dirigía al universo de Julián Garvayo. Fue ese el momento en el que el público se orbitó en sintonía con el escenario, compartiendo en ambos lados la experiencia. 

Julián Garvayo es el propulsor de la idea del sexteto. Ha crecido y se ha formado entre sus dos ciudades: Madrid y Ámsterdam. De cada una de ellas recoge la cultura y los aprendizajes que junto a otros factores, le sirven para fortalecer su identidad. A sus ocho años de edad comenzó con el trombón y hasta día de hoy, siempre le ha acompañado. Su formación es amplia ya que ha estudiado diversas ramas de la música: desde la música clásica, pasando por el folclore español y el flamenco, la música cubana, hasta llegar al jazz. Ha fusionado diversos géneros gracias a su instrumento, su habilidad musical y las influencias que ha tenido.  Además de él, hay otras cinco personas que han hecho posible la creación del sexteto. A la batería, desde Guantánamo (Cuba) Georvis Pico, quien sostiene rítmicamente al grupo. Rainer Pérez al bajo, de Trinidad (Cuba); él aparte de ayudar rítmicamente, también informa a los músicos sobre la armonía. Conocido como “Wiwi” pero realmente Miguel García, el pianista de Camagüey (Cuba), aporta acompañamientos muy articulados, solos y transiciones entre unas piezas y otras. Desde otra parte del mundo, de Módena (Italia), viene Giovanni Molinari tocando las congas, las cuales nos transportan a Cuba a través del ritmo. Israel Figueredo, de Granma (Cuba) al saxofón; hace momentos espléndidos gracias a sus solos jazzísticos muy bien combinados con un “toque” cubano. Por último, Julián Garvayo, quien aparte de crear la idea, une a todos los músicos con su interpretación con el trombón. Entre todos ellos, observamos su conexión profesional e incluso de amistad que provoca una sensación muy placentera.

El concierto estuvo lleno de diferentes temas propios enlazados entre sí que creaban dinámicas muy atractivas para los espectadores. Alrededor de todo el concierto, solo hemos encontrado un par de momentos en los que no suena la música. Esto se debe a las transiciones que crean el piano, el bajo o la percusión; mientras que los vientos toman un respiro para descansar. Este grupo destaca por la fusión entre el jazz y la música afrocubana. La combinación de las distintas raíces de los intérpretes ha llegado a su fruto y ha sido espectacular. Por ejemplo en “La calle del gozor” observamos una gran influencia en su ritmo pero a su vez también una improvisación que permite a los músicos florecer; aquí comienza el bajo, la batería se une para mantenerle, posteriormente el saxo y las congas, después el piano y por último el trombón. Puede que en esta interpretación el público haya retenido sus pies para no lanzarse a bailar. En varias ocasiones, a lo largo del concierto, hemos achuchado un dúo melódico entre el trombón y el saxofón; el control del aire en estos instrumentos les permite improvisar libremente y crear dinámicas de expresión. Además, el grupo ha estrenado por primera vez en un escenario el tema “Di tú” en el que Julián canta y la mayoría de músicos le hacen coros y otras voces. Las obras más movidas y rítmicas  contrastan con otras más sensibles y lentas, como la interpretación del bolero; aquí Garvayo comienza con un solo de trombón, él va levantando a cada instrumento de una manera melancólica y muy nostálgica. En esta pieza también hace un solo el saxofón; mientras tanto, el equipo técnico activa en la pantalla detrás un telón en movimiento con tonos azules.  Entre el resto de piezas, también nos llama la atención otra fusión que según los artistas “es en honor al funk y a los ritmos raros”: “Mss. Blue”. Puede que estos contrastes tengan tanto impacto en el público como en los músicos y sentir la música en relación a sus sus propias experiencias de una manera única. Puede que después de la lluvia (en este caso, la melancolía del bolero), salga el sol (mediante un gran movimiento de los ritmos cubanos). En los momentos soleados, Julián nos ha impresionado con sus bailes al ritmo del son o del jazz. A la vez, algún espectador no podía contenerse y movía los brazos. Parecía una fiesta. 

Observando al público, puede que la mayoría fueran aficionados o músicos,  sus reacciones fueron completamente positivas. En los momentos más tranquilos, se percibía mediante los aplausos que habían sido conmovidos. Además los músicos motivaban y  animaban a los oyentes a hacer chasquidos con los dedos. Acababan aplaudiendo. Entre temas, o en momentos donde se pensaba que un número había acabado, se escapaban los aplausos. Incluso al final, después de la presentación de los músicos, interpretaron “El bodeguero” y cantaban “toma chocolate, dame chocolate” y  muchas personas del público se levantaron de las butacas para bailar y  cantar. 

Para cada uno de los que estuvieron el pasado sábado en el Teatro Fernando de Rojas el concierto significó algo diferente; la música tiene ese poder, el transportarnos y crear una breve pero intensa identidad en torno a ella durante un pequeño lapso de tiempo.

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