Carlos Aguirre en sala Clamores: sábado 25 de octubre

Texto y foto: Daniel Román

@romanro.daniel

Carlos Aguirre es parte de una corriente de grandes compositores que se mantienen en su lugar —o desde un lugar más bien— pero en contacto con otras estéticas y otras formas musicales. Pienso en Gismonti, en Caetano, Silvio Rodríguez, en el bajista Pedro Aznar; la tradición poética parece filtrarse, así como si nada pudiera mitigar la palabra en la música. Tal vez «lo latinoamericano» requiera, así de manera inconsciente, reforzar nuestra extrañeza en este idioma que, prestado, se solapa con los sonidos de todas esas otras lenguas que, sobrevivientes, inundan Sudamérica. Lenguas mixtas; como los virus que respiramos que nos pueden y se apoderan de nuestros pulmones. 

Chick Corea con sus Children’s Songs, cierto minimalismo, viajes a Japón y selvas tropicales también parecen deambular por su cabeza ¿Se puede verter la imaginación en cuencos tan diversos como infinitos? Pues Carlos nos plantea una hipótesis estrictamente musical: se suma, nos cuenta, a la reverberación de una escultora japonesa. La música disuelve la materia para construir un vaho que por otros medios vuelve a esculpir aquello que una escultora desprende en su taller. 

En esas mixturas, un país es un leve desvío en la respiración que adopta un acento reconocible. En ellos habitamos ¿hay tanta diferencia entre nuestros folclores? Probablemente en su difusión o impacto en consonancia con la envergadura de las naciones que las difunden y potencian. No importa. El núcleo parece ser el mismo: la poesía, el ritmo, instrumentos acústicos únicos, que solo ahí se han podido pensar y desarrollar. Esto en diálogo con la música popular, el jazz, el choriño, la zamba y la chacarera. Puede ser que esa multiplicidad derive en la actividad de transitar entre poema y canción, entre guitarra y piano: así se define la singularidad de Carlos. Sobre todo, su mirada poética que encuentra su momento sonoro en todos aquellos instrumentos que vehiculan su ser. Otro detalle: el tiempo. La música reorganiza nuestra estancia fuera del reloj para conectar con la temporalidad de una respiración que es también común. Cuando oímos, el pulso de las almas nos transporta a eso que llamamos felicidad; o pura melancolía, porque algo perdimos irremediablemente. Pero tuvimos ese instante, que pende de la memoria, mientras tiemblan los pájaros sobre la nieve.

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