Guillermo McGill nos hace de brújula en un emotivo viaje intergeneracional por la historia del Café Central a ritmo de jazz flamenco, mestizaje y libertad rítmica: un acto de resistencia en el programa de conciertos de otoño.
Texto: Olga Muñoz
Guillermo McGill Experience fusiona el aroma y la memoria de los cuarenta años de este icónico club madrileño que se resiste a desaparecer.
«No hay entradas, estamos completos», repiten incesantemente los empleados ante las preguntas de los transeúntes a las puertas del Café Central, el mítico club de jazz ubicado en la Plaza del Ángel 10 desde hace cuarenta años. Hay una larga cola en la noche calurosa de un otoño que aún se resiste al frío. Como también resiste este templo ante su inminente cierre, programado inicialmente para el 12 de octubre, aunque un vacío legal le concede unos meses más de vida. Todos los conciertos durante este periodo de gracia han sido bautizados como «conciertos de resistencia».
Así lo vive el genial percusionista Guillermo McGill que, con su Guillermo McGill Experience, en dos pases durante dos noches, promete un viaje de resiliencia y de ritmos del jazz más clásico a la fusión flamenca, mediterránea y latina, atravesando los cuarenta años del local y su propia trayectoria artística.
Uruguayo de origen, McGill reside en Barcelona desde los doce años. Baterista, profesor, compositor y productor, ha tocado con figuras del jazz y del flamenco como Enrique Morente, Dave Liebman, John Abercrombie, Niño Josele, Eliane Elias, Perico Sambeat, George Mraz o Arcángel. Fue miembro fundador del legendario trío de Chano Domínguez, junto a Javier Colina, con quien participó en la película Calle 54 de Fernando Trueba y en grabaciones emblemáticas de aquella época.
Su viaje de fusión entre jazz y flamenco le ha llevado por escenarios de todo el mundo, consolidándose como una figura esencial en festivales internacionales de ambos géneros. Su experiencia como docente le confiere décadas de sapiencia musical desde un atril metodológico, pero que bebe de la mezcla intergeneracional que aportan los jóvenes talentos a los que enseña y de los que aprende. 
Este deseo de puente entre generaciones es el que ha querido tender como líder y brújula en el viaje sonoro entre tradición e identidad ofrecido en el Central con este proyecto, un homenaje a los grandes clásicos del jazz moderno de los sesenta que se adentra en los suaves acordes del bolero y culmina con la creación propia, danzando entre jazz y flamenco, territorio del que McGill es figura clave junto a Jorge Pardo, Carles Benavent o el propio Chano Domínguez.

Ha querido Guillermo McGill rodearse de jóvenes talentos; jóvenes de juventud, no de carrera, pues son ya iconos del panorama musical jazzístico en España, cada uno aportando su visión e impronta a esta experiencia arrolladora.
El contrabajista Dario Guibert fue alumno de Guillermo en Musikene, el Centro Superior de Música del País Vasco. Es uno de los contrabajistas más solicitados y versátiles en la escena nacional, con una arrolladora solidez y una visión progresista de la música que le ha llevado a participar en proyectos como el quinteto instrumental de jazz contemporáneo The Machetazo, o a colaborar con el saxofonista cubano Ariel Brínguez en Nostalgia Cubana. Darío es la toma a tierra, el camino seguro, la solidez y la resistencia, el que marca el walking de la composición, con una sonrisa abierta que le devuelve el público por duplicado.
Greg Hollis, (Barcelona, 1994), trompetista, arreglista y compositor emergente, con quien Guillermo estaba deseando colaborar por venir recomendado por Chano Domínguez (Hollis y Chano Domínguez publicaron juntos la bulería-jazzera titulada “Dedicatoria”), pone la nota del arrebol, de la dulzura, y deja absorto a un público que silba y aplaude con entusiasmo cada uno de sus solos.
Completa el trío Joan Colom, guitarrista mallorquín afincado en Madrid, también colaborador de Chano. Su guitarra enriquece el sonido general del grupo y, por si fuera poco, regala solos de una precisión y sensibilidad magistrales.
Con esta carta de presentación arranca el repertorio, seleccionado por McGill con el único fin de disfrutar. Dado que los músicos no residen en la misma ciudad, se eligieron standards comunes seguidos de composiciones originales de fácil ensamblaje.
El público, que se deja llevar como transeúnte en este itinerario errante desde distintos ángulos, emociones y generaciones, contiene la respiración desde la primera nota de One Finger Snap de Herbie Hancock, interpretado con precisión rítmica y libertad armónica. Le sigue Suenan Campanas, del guitarrista catalán Jordi Bonell, una pieza impregnada de lirismo mediterráneo. Y, cuando ya estábamos inmersos en el jazz clásico, suena un ritmo de bolero con Cómo fue, del cubano Ernesto Duarte, recordando la raíz latinoamericana que también late en McGill. Entonces sube al escenario Lara Vizuete, cantante invitada y antigua alumna de Musikene, para interpretar el tema. Con voz serena, rompe la barrera instrumental y deja al público suspendido en una melodía suave y acompasada.

A lo que no se resiste nadie fue a un aplauso cerrado que dio paso a la segunda parte del concierto, centrada en la obra original de McGill. En The Fight, Entre las Piedras y Cielo, disfrutamos de su universo personal.
El diverso público arremolinado en torno a un escenario flanqueado por sus fotogénicos espejos art-decó, desde los que no hay ángulos muertos, resiste también ante la emoción contenida. Turistas nacionales y extranjeros, melómanos empedernidos o simples curiosos atraídos por la noticia del cierre comparten algo más que un concierto: un acto de resistencia. La magia de esta experiencia multidiversa de McGill una noche de octubre con un repertorio de temas cocinados en el Central es la de hacernos partícipes de un viaje especial en el tiempo: el tiempo de la resistencia, de la fortaleza de la música universal, un viaje atravesado por las notas adheridas a las paredes y a las grietas de este emblemático lugar, donde cada melodía parece tener memoria. Guillermo es el pulso que piensa, el ritmo que dialoga y la emoción que sostiene el viaje. Su batería no acompaña: articula el discurso, une las voces y convierte cada tema en un relato compartido.
McGill manda un mensaje de nostalgia, sí, por haber tenido la fortuna de vivir este lugar único durante cuarenta años. Pero también de esperanza, una constante en su música. Con gesto simbólico, pasa la antorcha a estos jóvenes músicos que ya dejan, también para siempre, su huella en el Café Central.
Larga vida a la resistencia. Larga vida al Central. Gracias por este emotivo viaje, Guillermo.