La boca, la lengua, las cuerdas vocales, los dientes… ¿cómo esta sencilla colección puede producir una variedad tan vasta de sonidos específicos, complejos y distintivos que ninguna máquina acústica puede emular?
— Dolar, 2007
Texto: Daniel Román
Conviene aclarar ciertas cosas que parecen obvias, pero no lo son tanto. Las cantantes habitan otra esfera, podríamos decir incluso extramusical. En este sentido —y creo interpretar lo que Lara me transmite— la voz emerge. Sea cual sea el contexto. La voz se apropia de la voluntad de quien la emite y también de quien la recibe. Va al oído, a la piel, al alma; Arrulla, agrede, vibra con la energía del alma de quien canta. Como con la escritura, la pregunta es: ¿por qué no cantamos? ¿Qué conjunto de volúmenes sociales, en su espesura, nos calla? La página no está en blanco, no hay silencio. ¿Qué cuento nos contamos para enmudecer, si somos escritos y escribimos a cada momento, surcos en el aire? Nuevamente se me aparece la figura institucional del conservatorio y su retorcida potencia, en los relatos biográficos de intérpretes de jazz. Un muro infranqueable que todo músico debe escalar, aunque tiemble, aunque sude, aunque desee que el sitio se incendie para no tener que presentarse.
La voz es un instrumento en la medida en que el cuerpo lo es. No hay distancia con la voz: quien canta se disuelve por completo —más allá de la técnica, las estrategias, los años de estudio—, más allá incluso de la voluntad o de la razón. Lara comenzó con el piano a los siete años, en un conservatorio. Es pianista, pero antes y después, es cantante. También es chelista, pero siempre cantante. Su carrera profesional está marcada por múltiples hitos que la han llevado al lugar donde quiere estar: componiendo, cantando y liderando sus proyectos musicales. Le pregunto por sus referentes y me dice que, básicamente, son dos: Aretha Franklin y Whitney Houston. Coincido con sus gustos, especialmente con Whitney, porque en las grandes cantantes habita el ángel de lo inexplicable. También coincidimos en que, salvo excepciones, para cantar se nace. Quien canta bien puede mejorar técnicamente, pero hay algo esencial que se tiene o no se tiene. Quien no lo tiene puede mejorar, sí, pero creo que hay algo inexplicable —una unión entre lo femenino y la voz— que está fuera de nuestro alcance y comprensión. Una gran cantante, como las sirenas de Ulises, te conduce al vacío, al arrojo, a la pasión. La voz domina y conduce irreflexivamente.
Lara cursó piano hasta cuarto de grado medio y se vinculó con músicos de jazz que conoció en Musikene. ¿Hay un hito que defina su carrera como cantante? No hay uno solo. Es como la llegada de las estaciones: un pájaro advierte la primavera hasta que el sol declina y las hojas se oscurecen. Pero ha aceptado invitaciones clave, como dar la prueba de acceso a Musikene y cursar la carrera de canto, armar un trío de jazz junto a Juan Sebastián Vásquez, y ser parte de una orquesta sinfónica en Vitoria, reafirmandose, poco a poco, hasta el absoluto convencimiento, que lo de ella siempre ha sido el canto.
Ha tenido estancias en los Países Bajos, en Nueva York, recientemente ha estado en Chicago, y ha logrado el equilibrio conciliando su carrera artística con su trabajo académico. Otro aspecto notable es su compromiso político, no ese de los partidos políticos, sino ese de los artistas que resienten su tiempo y construyen desde ese imaginario, el de un mundo menos violento, un fundamento musical. Respecto a la pregunta por las mujeres en la música es clara: “hay muchas mas mujeres de las que están”. Pronto lanzará su nuevo single, “Ella”, que estará disponible en plataformas digitales a partir del 12 de junio.
En la palabra femenina, al igual que en la escritura, nunca deja de asomar lo que sigue conservando el poder de afectarnos por habernos, antaño, impactado y conmovido —imperceptible, profundamente: el canto, la primera música, aquella de la primera voz amorosa que toda mujer mantiene viva.
— Cixous, 1995.