A Theodor Wiesengrund (pradera) Adorno lo leí gracias a mi prima Yasna que es una fan del filósofo: «Dialéctica de la ilustración», «Teoría estética», «El cine y la música». Es Adorno por el apellido italiano de la mamá. ¿De que me acuerdo de Adorno? De que no le gusta nada el jazz y de que cuenta que al escuchar a su hermana cantar ópera, a la escena, «le correspondía el bochorno». Ataque de risa.
Walter Benjamin se enamoró del «andar disparejo» de Asja Lacis, por eso nada hay de apetecible en la lozanía. En Moscú Benjamin escribe el fundamento teórico de un teatro infantil proletario para su amada. Adorno le impugna a Walter que sus tesis sobre historia y sus conceptos tomados de la religión «no vuelven del extrañamiento» le reclama su misticismo, su falta de rigor: fantasioso. Muchos encuentros/desencuentros. Platón quemando sus poemas al conocer a Sócrates (¿«la política del poema» de Lacoue-Labarthe, tal vez?), Heidegger rechazando a Paul Celan con su silencio en la selva negra. El poema de cavamos fosas en el aire, negra leche. Resulta que al final de sus días Averroes, el más trascendente falsafa del Al-Andalus, se encuentra con el joven Al-Arabi (un místico que pone a la imaginación como la más grande de las creaciones divinas, pues nos permite imaginar a Dios) a fines del siglo XII. El diálogo versa más o menos así: Averroes dice si… Al-Arabi responde si… Averroes sonríe y Al- Arabi responde no. Averroes es exiliado a Marruecos, ahí muere, pero su tumba está en Córdoba.
Los griegos, me imagino, estarán orgullosos de platón ¿los españoles de Averroes? En el viaje fúnebre de Averroes se colocaron sus restos en un ataúd en un lado de la mula y en el otro lado sus libros. El cadáver y los libros en equilibrio para simbolizar su grandeza. Benjamin se suicida en Port bou, Celan se arroja desde un puente del Sena desde donde se ve la estatua de la libertad, igualita a la de New York. Paul Celan (Antschel en origen) ¿decidió? escribir en alemán porque en esa lengua hablan los asesinos de sus padres, los interpela: a los alemanes, a su lengua, a todos ellos, con sus poemas. Mi prima se estampa una camiseta con la fotografía de Theodor Adorno, esa frente al espejo con el disparador en la mano. Me quedo en el concepto de lo pastoral que Rodrigo Karmy vincula con el kerygma; la buena nueva, la promesa del paraíso de la religión y claro, de la democracia. Siempre está por realizarse, pero siempre en estado de mejoría. Las promesas son eternas convalecientes. Los poemas van a la hoguera porque lo decisivo para el estado es su higiene, su perdurabilidad. El peligro de la imaginación, ese delirio que nos lleva a sentarnos frente a Trump y a preguntarle, mirándolo a los ojos, qué agonía, o que vacío, o que recurso justifica tanto horror: traspasarlo. La imaginación no tiene ni cuerpo, ni hogar, ni explicación. ¿Qué tiene que ver el cerebro o el intestino con semejante máquina de locura y subversión? Está antes de la lengua, antes del idioma y del estado y de los colores. Por eso va por fuera del sistema de lo racional, sometida a una funcionalidad por aterrorizados jefes de estado, por cautelosos filósofos, que saben que su liberación es un abismo.
La imaginación es el motor del pensamiento, escribe Averroes siguiendo a Aristóteles, pero los poetas dejan la vida de lado, su rendimiento, para sumergirse en ella. Entonces lo pastoral, la idea de que uno tiene una solución en base a ciertas certezas que merecen ser transmitidas y escuchadas. La idea de que necesitamos un guía, la idea de las ovejas. Las religiones mismas, con sus curas y traductores de un ser imaginario para gobernar y conducir. El Walter Benjamin creía en el cine, pero Hitler también. La música, escucho, desparece; la imagen lo devora todo. ¿Qué es más rentable, un disco de jazz o un discurso de odio? ¿Las variaciones Goldberg o el relato emocional de la propia experiencia? ¿Una canción en Spotify o un cuerpo desnudo? ¿Un solo de trompeta o una rutina de ejercicios? ¿Un poema o un meme? Lo de Benjamin en la reproductibilidad técnica era una crítica a la propaganda, a los medios de comunicación masivos, al carácter aurático de la obra de arte, su potencial de transmisibilidad/intransmisibilidad. Hacer como Karl Krauss: «cuando me dan a elegir el mejor entre dos males, no elijo ninguno», porque los comunistas también hacen propaganda y los arqueólogos y los escultores. Si los medios son ilegítimos pero el discurso legítimo ¿qué hacemos? Bertold Brecht, en su «Atlas de guerra», recorta imágenes de prensa y suma un epigrama, un poema a las imágenes del desastre de la segunda Guerra Mundial; hace un libro. Eso es otra cosa. Alfredo Jaar creó su propuesta artística sobre el genocidio en Ruanda re-pensando la relación entre arte y política (The eyes of Gutete Emerita). Entonces, tentados por la urgencia y la sobrevivencia nos sumamos así, ciegamente, a los medios: los videos cortos funcionan mejor, los primeros 3 segundos son decisivos, el algoritmo privilegia la sistematicidad. Pensaba en que nadie me siga y no seguir a nadie; me imagino que sería un bot.
¿Por qué seguir a alguien? ¿Por qué alguien me seguiría? Pensaba en una bitácora. Pensaba en dejar de hacer. El intelecto agente, él mismo un operador, coge desde la imaginación hacia el encuentro con el intelecto material, esa es la gnoseología averroísta. La imaginación intermedia, es un recurso para pensar, toda vez que es la parte necesaria pero relegada de la fórmula. La teleología helénica del pensamiento es virtuosa, tiene un objetivo, una ética. Pensar es para pensar en cómo vivir mejor, un recurso de la ciencia, lo demás es arte: soplar las flautas que deforman las mejillas, es inútil. Vivir mejor, como con el deporte y la jurisprudencia: ¿qué hacer con la imaginación?