Se estrenó en España el film Köln 75, que retrata de manera estimulante el trasfondo de la organización del famoso concierto de Keith Jarrett en la ciudad alemana de Colonia, cuya grabación resultó un superventas.
La película es una biopic de Vera Brandes, la joven productora de esa accidentada presentación que derivó en música de culto.
¿Una leyenda? No. El disco de piano solo más vendido de la historia del jazz fue posible gracias a la tenacidad de una adolescente de 18 años que remó en un mar espeso para alumbrar una presentación memorable: el Köln Concert de Keith Jarrett, transformado en un ícono de la música improvisada y en una grabación que hechizó a miles de jóvenes y adultos de manera transversal.
La historia de Vera Brandes, la joven alemana que en 1975 se hizo cargo de producir contra viento y marea el concierto de Jarrett en la Opera de Colonia, irrumpe ahora en el cine con el film Köln 75, de Ido Fluck, que tuvo su reciente estreno español en el Festival de Cine de Barcelona. No es un documental sino una biopic a partir de hechos reales, que son relativamente conocidos por los aficionados al jazz. Recibida con aplausos, la proyección de la película en los Cines Verdi -apenas horas antes del apagón general- fue sucedida por una conversación con el público de la verdadera Vera Brandes y la actriz que la encarna en el film, Mala Emde.
Lo que ocurrió aquel año con Jarrett y su presentación en Colonia tuvo recorrido en textos y mentideros del mundo del jazz. Hasta llegó a libros de autoayuda como El poder del desorden de Tim Harford. Lo sintetizamos sin temor al spoiler: devenida productora musical y organizadora de conciertos y giras a sus 18 años, Vera Brandes se monta al hombro una presentación de Jarrett en un recinto sagrado de música clásica que resistía el jazz. El concierto estuvo a punto de naufragar principalmente porque el piano que había exigido Jarrett no fue el que el teatro dispuso para su actuación. Molesto por el largo viaje en un Renault 4 junto al fundador del sello ECM, Manfred Eicher, y aquejado por persistentes dolores de espalda, el pianista se negó a tocar en un piano “infame”, como lo consideró Wolfgang Sandner, biógrafo del músico. Sólo los malabares de Vera Brandes para aliviar la sordidez del instrumento y su empeño para que Jarrett trepara al escenario hicieron posible la magia de esa noche (pasadas del 11 estuvo disponible el lugar) y la consecuente grabación del disco que a hoy lleva vendidas cerca de cuatro millones de copias.
La película que retrata ese episodio es atrapante. Por el ritmo, el retrato de los inicios accidentales de Vera como promotora, con la organización de giras para Ronnie Scott y Ralph Towner entre otros, por la interpretación impecable de Mala Emde en la piel de la verdadera protagonista y hasta por la aproximación que intenta el actor John Magaro a una figura difícil como la de Jarrett.
El principal desafío que debieron afrontar los realizadores del film parecía inabordable: no contaban con los derechos de la música del Köln Concert. ¿Qué hicieron? Algo inesperado. Envolvieron la secuencia de la presentación de Jarrett en el Opera de Colonia con un tema de ¡los Bee Gees! Interpretado por Nina Simone, To Love Somebody. “No teníamos los derechos y tampoco podíamos optar por versiones alternativas que nunca igualarían al original”, contó la real Vera en el debate post proyección. Pero el cine también es sorpresa, conmoción por lo que no se ve venir. Y acaso será controvertido, pero el eco de la voz de Nina Simone resuena hasta el final.
En el film se traza también la afinidad entre Jarrett y Manfred Eicher, cuya colaboración produjo álbumes celebrados por los amantes del jazz. Eicher había fundado ECM en 1969, sólo dos años antes de producir el primer piano solo de Jarrett, Facing You, que para muchos supone un momento musical equiparable o superior al Köln Concert. Este concierto fue grabado por la intuición de Eicher y en contra de los deseos de Jarrett. Ya en proceso de edición, el sonido fue mejorado y liberado de impurezas y deficiencias por el ingeniero Martin Wieland. El disco de lanzó con el simple título que todos conocen, sin textos que acompañen (¿hacía falta?) y con la extraña frase All compositions by Keith Jarett. ¿Es que lo que tocó estaba compuesto? Se sabe que Jarrett, por ese entonces, sólo se sentaba al piano y dejaba que se liberen sus demonios internos. En el caso de Köln, tuvo que aporrear el piano, porque su precariedad se confabulaba contra la posibilidad de que el instrumento se escuchara en todo el teatro.
La presentación en Colonia fue el quinto compromiso de una gira europea que comenzó en Kronach y terminó en París. El 24 de enero Jarrett llegó con Eicher a Colonia procedente de Lausanne, dolorido, sin dormir y de mal humor. Y para peor, surgió el trastorno del piano. El Bosendorfer 290 Imperial que había exigido Jarrett dormía en el sótano del teatro. Los operarios habían subido al escenario un piano de un cuarto de cola de la misma marca que se hallaba en los camerinos, pero era tan precario que sólo se utilizaba en los ensayos de coro, desafinado, sin agudos, el pedal derecho destrozado y teclas sin funcionar. ¿Fue una confusión o la dirección del Opera, donde no se realizaban conciertos de jazz, determinó que para ese género “inferior” bastaba con un instrumento de menor talante?
Poco después de la negativa inicial, Jarrett hizo de la necesidad virtud y se lanzó a escena. Como reflexiona Sandner en su biografía del músico, “la limitación armónica del piano unida a una riqueza de ocurrencias melódicas y ornamentales que supuestamente no se habían escuchado antes” hicieron del concierto y su grabación una cumbre de popularidad entre los aficionados no sólo al jazz sino a la música en general.
Jarrett habló poco de ese concierto y de ese disco. Cuando Times Online le preguntó años después si aún escuchaba ese álbum, respondió negativamente. “Hay demasiados tonos que están fuera de lugar. Tal como suena no me gusta. Si volviera a grabarlo, la gente se extrañaría de cuántas notas eliminaría”. Una contestación a tono con la autocrítica que él mismo se hacía de aquella época, en la que acaso se extrañara la ausencia de silencios.
Köln 75 no abunda en los entresijos de la pieza musical puesto que, como dijimos, el concierto no acompaña ninguno de sus fotogramas. Pero casi es como si lo estuviéramos escuchando. Y como si Vera Brandes, en algún rincón de su estimulante imaginación, hubiera adivinado que sobrevendría un momento epifánico que atravesaría tiempo y espacio para sostenerse como una referencia de culto en el altar del jazz.