Texto: Juan Ramón Rodríguez / Fotografías: Jordi Tremosa
La obra musical, no en vano de arte, reúne diversos elementos constitutivos de una fuerza capaz de brindar todo su potencial. Pueden citarse el estilo, estética, valor o medio. Entre ellos, el contexto adquiere un relevante papel, pues la historia en torno a una grabación logra en su justa medida elevar a las mejores cumbres un esfuerzo que puede adolecer de talento o concepto, incluso de referencia. Una muestra paradigmática, vinculada a la tradición pianística, se encuentra en el recital grabado por Keith Jarrett en la Opera de Colonia en 1975. No era el mejor instrumento, no eran las mejores condiciones para el concertista. Aun así, consiguió ser el disco solista de jazz más vendido.
No es complicado atisbar recuerdos contemporáneos tras la escucha. Capdevila defiende un discurso fino y sin opulentas distinciones, próximo a la escuela del sello ECM. Quizá no en la senda del mencionado Jarrett, al menos en una forma plagada de tonalidades mayores, pero sí en el fondo. Con una media de cuatro minutos por corte, se aprecian temas estructurados con una fuerte presencia melódica. En un ameno diálogo, sorprende entre otros atributos la calidez de la reproducción recogida entre barricas de vino de “We’ll Fly Again” o “Mysteries”. El gusto, añejo, evoca el puño contenido de un Ketil Bjørnstad polivalente entre clásica y jazz. Acompaña una técnica correcta como bastón para líneas de una ya conocida belleza.
Asimismo, Ètim recoge, con gusto notable, una sugerente elección de estilos homenajeados. Algunos más explícitos como en el latino “Everything Has an End” y su coqueteo con el tango; otros, como el mediterráneo “Roulette”, implican un surtido cuaderno de viaje debidamente cuidado por Capdevila. En cualquier momento, se mantiene en órbita constante con los sonidos de la Costa Oeste, con firmas de los Bill Evans o Russ Freeman inspirados y prueba fehaciente en la balada “Bocoi”. Epítetos concurrentes entre los que se incluyen la mesura, lirismo y un ritmo alejado del fragor de esa batalla nocturna ajena a un ambiente introspectivo, con florituras innecesarias, las cuales no conforman más que una mera contingencia.

Cabe destacar el principal carácter intrínseco al álbum de Capdevila, una clave melancólica en sus trazos. Con respecto a “Breeding”, con ademanes similares a los acordes de la menor séptima y sol mayor suspendidos en ese primigenio auditorio inicial. Sin embargo, deslumbra en el conjunto el contraste de “Believe”, cierre de Ètim. Un último suspiro frente a una paleta de colores fría de alivio. Continúan los quiebros propios del teclista empedernido, pero con una reminiscencia capaz de esbozar una sonrisa, con una amabilidad en el alegato de exacta medición de los silencios, esa que agradecen los creadores sufrido el soplo de las musas. En derroteros más literarios, un amor capaz de mover el sol y las demás estrellas.