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Brad Mehldau y Cécile McLorin Salvant: de la solvencia a la sorpresa

Noches del Botánico: Real Jardín Botánico Alfonso XIII (09/07/2018)

Por Jaime Bajo. Fotografías de Ernesto Cortijo.

Las Noches del Botánico se están convirtiendo en un referente ineludible para aquellos que buscan aplacar la canícula veraniega con actuaciones sublimes de los más grandes artistas de todos los géneros de raíz (blues, flamenco, rock´n´roll, reggae, canción de autor), con una presencia creciente del jazz.

En concreto, la noche del lunes 9 de julio reunió a dos jazzistas que se profesan admiración mutua. “No quiero alargarme más, porque ahora viene una de mis cantantes favoritas”, comentó Brad Mehldau poco antes de concluir su intensa actuación. “Estoy muy agradecida de compartir escenario con un artista como Brad Mehldau”, pareció responderle Cécile McLorin apenas iniciada la suya. Veremos si semejante admiración termina por materializarse en un proyecto en común.

Un encuentro que, de producirse, revelería lo distintos que son ambos artistas en lo que a su actitud sobre el escenario se refiere. Brad Mehldau es un músico solvente, de trayectoria consolidada, que no pretende sorprender al público, pero sí alcanzar el máximo nivel de exigencia. Una persona de pocas palabras, que apenas se dirigió a los asistentes -y eso que ha grabado hermosos trabajos junto al vibrafonista y percusionista Jorge Rossy o al saxofonista Perico Sambeat- con unas palabras de agradecimiento al inicio de su actuación y el mencionado guiño a su compañera de velada.

Su actuación osciló entre el be bop, los medios tiempos y el hard bop, en cuyo subgénero no dudó en ceder el protagonismo a su baterista de confianza, Jeff Ballard, manteniéndose en respetuoso silencio y acompañando con palmeos su vibrantes solos, uno de los cuales fue merecedor de un sonoro aplauso por parte de los asistentes. Mehldau tiene plena confianza en el respaldo que le aportan tanto Ballard como el contrabajista Larry Grenadier -que padeció ciertos problemas de sonido-, y así puede afrontar con garantías composiciones propias (“Backyard”, “In the city”, “Spiral” o el tema homónimo de su más reciente álbum “Seymour reads the Constitution”) y clásicos atemporales de composición ajena como “I fall in love too easily” (Jule Styne) o “Tenderly” (Walter Gross), con la que acertó de lleno para finalizar su set.

Agradecemos que Cécile McLorin Salvant, que ha reconocido que se “pasado media vida sin saber qué hacer”, haya encontrado su lugar en el mundo como cantante de jazz. Más que como cantante, McLorint marca la frontera entre lo que puede ser una gran vocalista de jazz (Cyrille Aymée, por ejemplo) y una intérprete de dicho género que no se limita a cantar, sino que pretende implicarte en la canción haciéndote parte de su discurso y llevándote incluso a cuestionar mucho de aquello que dabas por sabido o asimilado.

Y es que, a diferencia de Mehldau, McLorin sí sabe comunicar en el plano verbal y gestual con el público, lo que agradecemos aquellos que esperamos de una actuación algo más que virtuosos músicos demostrando sus inmensas cualidades con su instrumento. Porque Cécile puede comenzar susurrándote, aparentando estar allí de paso, y terminar alcanzando registros vocales que no esperarías encontrar en una “MujerNiña” con aspecto de eterna adolescente como ella, capaz de apropiarse de temas ajenos como “I love her” (The Beatles) o “Wives and lovers” (Burt Bacharach), de abandonar el jazz para, acompañada del asombroso pianista Sullivan Fortner, interpretar una ópera (“Street scene” de Kurt Weill) a su manera, y de marcarse un soberbio a capella alejada del micrófono. Así como es capaz de poner al público de su lado, animándolos a bailar (“Let´s face the music and dance”, de Irving Berling) o cantar (“If you feel like singing, sing” de Judy Garland, que aseguraron estrenar para la ocasión) según su conveniencia.

De manera incomprensible, y pese a no haber finalizado su actuación, parte del público comenzaba a abandonar sus asientos cuando la colosal interpretación de McLorin, que la sitúa como una de las mejores intérpretes de jazz a nivel mundial, aún no había finalizado. Hicieron mal, porque de ese modo se perdieron el corolario de su actuación: una versión del “Gracias a la vida” de la chilena Violeta Parra en un perfecto castellano -aunque se excusó de no hablarlo con fluidez- con la que McLorint coronó su actuación.

 

 

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