Clara Peya, jazzista desde las entrañas.

Por Jaime Bajo. Fotografías de Dorothy Elfring.

La pianista catalana se siente una privilegiada por la formación que ha recibido y ahora, merced a la proyección de que dispone como artista -acaba de recibir, de manos de la revista Enderrock, el premio a “Mejor álbum” de 2018-, asume esa responsabilidad que le lleva a reflexionar en voz alta y sobre un trasfondo jazzístico, sobre los roles de género más allá del binarismo hombre-mujer, el uso que hacemos de nuestro cuerpo, el constructo social del amor romántico o el modo en que los cambios vertiginosos que la sociedad experimenta se plasman en nuestra forma de ser, sentir, pensar y actuar. 

Se percibe un fundamento muy jazzístico en tus composiciones, fruto de la formación que has recibido en instituciones como el Taller de Músics de Barcelona o en el Conservatorio Rimsky Korsakov de San Petersburgo. ¿Hasta qué punto te ha resultado útil tu educación musical y cómo se ha desarrollado el proceso de desaprendizaje para evaluar lo valioso de dicha formación y deshacerse, en su caso, de los corsés que esta implanta en tu forma de concebir la música?

Yo vengo de una formación clásica en el ESMUC y Rimsky Korsakov, y también de una formación jazzística en el Taller de Músics. La cuestión es que los conceptos en la vida, al igual que las palabras, para que puedan desaparecer, primero tienen que aparecer. Es lo que yo pienso: que para deconstruir algo, primero se tiene que construir. Eso es lo que he intentado hacer con la música, pero desde un lugar no racional, porque creo que mi música es el fruto de haber escuchado muchísimos estilos de música. Me interesa mucha música distinta. Si tú te empapas y te empapas y te empapas, luego, con las herramientas que tienes, las mezclas como puedes. Somos lo que escuchamos. Este desaprendizaje que comentabas tiene que ver con el estilo de música que escuchas, porque muchas veces teniendo cosas y haciendo menos, llegas a algo que para mí es mucho más profundo, mucho más esencial.

Has reconocido que compones tus trabajos desde las entrañas, y en concreto desde el sistema digestivo, donde experimentas las emociones que te producen el amor o la pérdida. ¿Cuál crees que debe ser el rol que desempeña la parte más racional, el cerebro, en el momento de crear nueva música? ¿Crees que debe existir un balance entre lo racional y lo emocional en el momento de componer y al transmitir lo que compones?

Creo que estos procesos dependen de cómo seas tú personalmente. En mi caso, lo que creo que mejor me funciona o que creo que es más honesto con quien soy yo, es que el proceso racional sea una cosa que va antes y después del proceso emocional. Es decir, todos los aprendizajes previos son racionales, son conocimientos que te dan muchas herramientas, pero cuando me pongo a crear, no estoy pendiente de si estoy usando unas herramientas u otras; estoy más pendiente de lo que siento, de lo que pasa, del feeling. Y después, cuando ya he terminado el proceso de creación más puro, más esquelético, sí se puede hacer una revisión y se puede rearmonizar o limpiar o hacer algunas cosas. Sí es verdad que, conforme me hago más mayor y acumulo más discos, menos sofisticada es mi música en muchos sentidos. No en sonoridad, pero sí en concepto y en cantidad de cosas. Creo que es importante ir a lo esencial, y lo esencial muchas veces es algo muy puro y muy limpio. Veo que el cerebro muchas veces tiene mucha ambición en estas cosas, y hay que escucharlo hasta cierto punto. Por eso creo que es importante que el trabajo previo sea el trabajo cerebral, y creo que una buena base de conocimiento musical te da mucha libertad y te da muchas más herramientas a la hora de crear.

Los músicos suelen debatirse entre hacer una música técnicamente impecable pero desprovista de mensaje -como ocurre en la clásica o el jazz- o apostarlo todo a aquello que se quiere transmitir pagando el precio de desatender la musicalidad con que se presenta -como acontece en el punk o el trap-. ¿Te resulta complicado lograr un equilibrio virtuoso entre el mensaje que pretendes transmitir y la forma musical de hacerlo? ¿Te preocupa no lograr dicho balance?

Hay un tema que yo creo que es importante: el tema de la responsabilidad, del compromiso. Pienso que es importante porque el hecho de que alguien pueda ser virtuoso de un instrumento, y más de un instrumento como el piano, significa que he tenido muchos privilegios: que he podido recibir clases de piano, que me han pagado una educación musical, que he tenido un piano en casa, muchas horas -porque el piano es un instrumento que requiere de mucho tiempo- y son horas que no has tenido que pasar cuidando a familiares o sirviendo copas para traer dinero a casa. De estos privilegios que he tenido intento responsabilizarme, y eso se traduce en un compromiso, en una responsabilidad. Por tanto, para mí la mezcla es indispensable y natural para alguien que tiene estos recursos.

Has admitido que lo que te interesa de la creación de cada uno de tus álbumes -ocho hasta la fecha- es que al modelarlos también te conducen a un cuestionamiento y a la modificación de tu forma de pensar, sentir, actuar, expresarte y verbalizar. ¿En qué medida te han transformado cada uno de los trabajos que has publicado y hasta qué punto te resulta complicado reconocerse en álbumes que representan a aquello que fuiste -y has dejado de ser- en un determinado momento de tu vida?

Pienso que es importante entender que el discurso se va moviendo. Cuando me dicen: “es que tu música no la sé categorizar y está cambiando mucho”, pienso que la vida, la sociedad, las oportunidades, todo evoluciona muy rápido, y nosotros tenemos que saber ver esto. Es muy importante que podamos hacer esto. Y seguramente mi discurso, el que tengo hoy, en dos/tres años estará caducado para mí. Y es importante entender que si Clara Peya dijo o hizo esto, la vida cambia muy rápido y creo que es importante cambiar con ella. No reniego de los trabajos que he hecho, pero es obvio que algunos trabajos que he hecho ya no me interesan, no me gustan o que ahora haría muy distintos, pero tuvieron sentido en un momento, y solo por ello hay que darles un valor.

En “Estómac”, tu trabajo más reciente, le libras un pulso al amor romántico que se ha impuesto de una manera hegemónica como la forma en que al sistema capitalista le conviene que nos relacionemos para convertir nuestras insatisfacciones y/o carencias personales y afectivas en demandas que puede satisfacer, en forma de bienes y servicios monetarizables. ¿Cuándo te percataste de que esto era así y en qué fase te encuentras de ese pulso que le estás librando al amor romántico? ¿Te cuesta adaptarte a una sociedad en la que el resto circula en sentido contrario a tu evolución personal?

Como conocimiento teórico, tengo muy claro mi discurso, lo que pienso y cómo está el sistema en este sentido, porque llevamos mucho tiempo de reflexión sobre este tema. Tengo muy claro mi discurso, por qué hay que darle una perspectiva de género a esto, por qué estoy en contra del patriarcado y el capitalismo, o cómo afectan el patriarcado y el capitalismo a esto. Pero yo soy de la generación que soy, tengo 32 años y me he criado en esto. Me encantaría poder llegar a deconstruirlo, pero no aspiro a tanto. Solo aspiro a que vayan cambiando los patrones, y que los referentes que tengamos nos brinden oportunidades para hacer cambios. Lo que está pasando es que estoy enfadada y perdida porque estoy enganchada a esta idea. Mi mente no, pero mi manera de funcionar sí, y es muy difícil sacarte esto de encima. Yo he tirado una piedra, y, si vamos tirando piedras, quizá acabemos construyendo algo. O deconstruyendo algo en este caso. Esta es la intención. Yo siempre explico que yo no tengo respuestas de nada. Tengo preguntas y tengo enfados, pero no tengo respuestas. Voy navegando y hago lo que puedo.

La propia imagen que has adoptado para difundir el álbum, desde las fotografías promocionales al videoclip, pasando por el diseño de su carcasa, te presenta como alguien que cuestiona la concepción que tenemos de conceptos que damos por seguros como el género o la sexualidad. ¿Por qué has tomado la decisión de visibilizar este cuestionamiento a la heteronormatividad a través de tu cuerpo y cómo crees que puede reaccionar quien te sigue o quien accede a tu música por vez primera?

Hablemos del cuerpo. Más que de cuerpo, para mí es importante hablar de la expresión de género. Para mí el género es una cosa fluida y, más allá de ponernos en el código binario de si hombre o mujer -que es algo que nos llevaría mucho tiempo-, creo que tengo un compromiso con quien soy yo. Para mí es muy importante que haya referentes de personas con una expresión de género no normativa. Como mujer, he tenido pocos referentes de mujeres, y aún menos de mujeres con una expresión de género no normativa. Vuelvo al tema de la responsabilidad: primero es una responsabilidad conmigo misma ser quien soy. Y también es una responsabilidad con el mundo: si he podido dedicarme a esto y ser un pequeño altavoz a la gente que viene a verme y que tiene una imagen, tengo un compromiso con la androginia, porque es cómo yo me expreso. Intento que tenga una línea, y que no sea solo yo conmigo, sino haciendo muestra de cuerpos no diversos o de expresiones de género no diversas. Porque siempre ocupan el espacio las mismas personas y llega un momento que no puede ser. Sé que me repito con esto, pero siempre hay gente que no lo ha escuchado o que lo puede escuchar por primera vez: es hora de que los hombres blancos den un paso atrás y dejen paso a mujeres, a personas migradas, a personas racializadas y a personas con cualquier tipo de diversidad. Que los disidentes, que los que están al margen, que los que no tengan espacio, puedan empezar a ocuparlo, porque la historia también tiene que estar escrita por ellos. Y es muy importante.

Pese a que podríamos considerar que tu música tiene elementos para ser popular, con buenas armonías al piano, melodías fácilmente distinguibles y estribillos que podrían corearse, lo cierto es que a uno se le queda el cuerpo extraño por la capacidad que tu música tiene para incomodar, penetrando nuestra zona de confort y lanzando preguntas que nos llevan a auto cuestionarnos. ¿Crees que esa visceralidad con que te expresas puede alejarte de personas que prefieren distraerse de tus problemas cotidianos o, por el contrario, tus actuaciones pueden ser útiles al transformarse en una suerte de terapia en común?


Pienso que cuando alguien va a ver un espectáculo artístico, va por distintos motivos. Hay gente a la que mi música le mueve desde un lugar muy político. Y hay gente a la que le mueve desde un lugar más visceral. Cuando las cosas son honestas y están hechas desde una necesidad de decir, llegan mucho más fácil. También me repito con este discurso, pero es que lo único que me ha funcionado es ser yo misma. Cuando intentaba ser una súper pianista de jazz o de clásico, no lo era, porque no era mi esencia y yo necesitaba otra cosa. Y me he sentido cómoda con esta cosa cuando la gente ha empezado a entender mi mensaje, a entender quién era yo. Evidentemente, hay mucha gente a la que no le interesará un carajo este discurso igual que a mí no me interesa un carajo VOX. A nivel político tienes que ser un poco afín. Mi música no es comercial y está muy comprometida con muchas cosas que tienen que ver con deconstruir un sistema. A toda la gente que esté a favor de este sistema dudo que le interese mi música. En todo caso, me importante cero menos tres. Tengo muy claro que para mí la revolución más importante que podemos hacer es a través del arte. Porque el arte no entra por la cabeza: entra por el corazón, y ahí sí que no hay filtros, te penetra y punto. Y desde ahí puede hacer mover muchos pilares. Creo que es potentísima y que debemos usarla. Entiendo que la música que yo hago es más amable o más dulce o sentida de una manera más melódica de lo que después se habla. Pero también hay mucha dinámica de sonidos, de densidad de armonías, de densidad de sonidos, de partes, y creo que esto es lo que la hace rica. Me gusta mucho Mozart y me gusta porque hacía cosas súper simples y, a la vez, muchas partes, muchas cosas, muchos momentos. Era una genialidad muy fácil, y esto es lo que más me gusta de Mozart. Es una cosa que es complicada de encontrar, una necesidad imperiosa, una realidad, una honestidad con él. Yo creo que, si vas desde aquí, es fácil llegar.

En la compañía Les Impuxibles compartes protagonismo con tu hermana Ariadna, tratando de armonizar tus composiciones para adaptarlas a otras disciplinas artísticas como son el teatro y la danza, sin renunciar con ello al compromiso social de denuncia presente en tu carrera en solitario. ¿En qué medida es distinto componer para danza y teatro con respecto a tus álbumes? ¿Cómo se transforma el lenguaje para tratar de captar la atención de un público que es distinto del que te sigue como música en tu carrera en solitario?

Esta pregunta es interesante, porque justo esta semana he estado pensando mucho en ello porque estamos haciendo la nueva pieza. Y es curioso cómo tienes que componer algo que musicalmente igual no te interesa, pero que realmente en la obra, en lo que está pasando, en lo que quieres explicar tiene que ser así. Muchas veces tienes que poner por encima lo que se está explicando o lo que está pasando en escena a lo que tú harías estéticamente. Tienes que dejar una cosa así más estética al margen para poder remar a favor de la historia. Y es difícil, porque se trata de encontrar el universo sonoro estético que más te guste pero que esté acorde con lo que está pasando. Muchas veces yo pondría una producción totalmente distinta. Como disco lo haría muy distinto, porque busco que tenga una coherencia sonora. En cambio, en el teatro o en los espectáculos escénicos dependes mucho no solo de lo que está pasando o de lo que se está contando, sino de lo que tienes técnicamente, de lo que puedes hacer si estás o no en escena, o de lo que está pasando en escena. Es una manera muy distinta. Tengo que decirte que a mí me interesa un montón y me gusta muchísimo. He visto muchísimo teatro y creo que sé escucharlo bien. Que sé escuchar bien las piezas escénicas. De entrada, yo soy una pianista bastante escénica. Pienso que la música no es solo para escuchar. Es decir, a mí grabar un disco me interesa, pero me interesa muchísimo más hacer un directo. Creo que es allí donde pasan las cosas que son distintas cada día y que no las puedes recoger con nada. Es lo bonito de lo escénico, que es efímero: tú lo haces y se muere. Y aquel segundo nunca va a repetirse. En cambio, un disco tú lo pones y aquel segundo se eterniza. Y a mí me gusta de lo escénico que las cosas se mueran, porque es una manera de renovar todo el rato. Es muy interesante.

 

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