EL JAZZ SUENA EN EL CORREDOR DE LA MUERTE: Entrevista con Albert Marquès

Texto: Adrián Besada

@besagartha

Fotografías cedidas por Albert Marquès

Muchas veces hemos escuchado hablar —o incluso hablado— sobre el poder de la música, del arte, para cambiar el mundo, como ámbito de reflexión y espacio para agitar la conciencia social. Sin embargo, la industria de la cultura y el consumo masivo de todo tipo de productos artísticos han acelerado el proceso de vaciado de contenido ideológico y de pérdida del poder subversivo de la música en general y del jazz en particular. Son muchos los textos que hablan sobre el carácter contestatario de este género, “el jazz como símbolo de libertad”, que se erigió en algún momento de la segunda mitad del siglo XX para luchar contra el racismo, el fascismo y otros tantos problemas de carácter social y político. ¿Qué ha pasado con “las exploraciones salvajes llevadas a cabo por improvisadores solitarios. Individuos que se revelan a sí mismos en público. Desnudos. Estas personas que representan todo aquello contra lo que lucha lo establecido”? Si bien puede resultar una reducción un tanto romántica, lo cierto es que el jazz tuvo algo que ya no tiene, porque, finalmente, ha sido absorbido por lo “establecido” del que habla Mike Zwerin en su libro Swing frente al nazi.

Fotografía propiedad de la Ohio State Penitentiary

Albert Marquès es un pianista de jazz catalán que reivindica abierta y explícitamente la revisión conceptual y el componente social del jazz, al menos en términos políticos e ideológicos. Marquès utiliza la música para amplificar la tragedia —la tragedia de Nietzsche, aquella que implica catarsis y belleza, lo sublime—, para dar voz —el coro— a Keith LaMar, quien se ha pasado los últimos treinta años esperando injustamente a ser ejecutado en el corredor de la muerte de la prisión de Youngstown, Ohio. Su proyecto ha sido acogido con entusiasmo en todo el mundo y ha conseguido levantar el silencio en el que el caso de LaMar había estado sumido todo este tiempo. Su obra, Freedom First, se compone de tres partes: un álbum, grabado en estudio y que introduce fragmentos del propio Lamar hablando desde el centro penitenciario; el directo, en el que se incorpora la voz de Lamar —siempre que es posible— en vivo en cada presentación; y, por último, el libro El jazz suena en el corredor de la muerte. Si bien es un tridente imperdible, centremos aquí la atención en este último trabajo, publicado en 2023 con la editorial Crítica, con la colaboración de Joaquín Arias.

Que nadie espere encontrarse en este libro con un ensayo plagado de metáforas y recursos literarios ensalzando cualidades cuasi mágicas de la música. Es un libro crudo, que parte de una investigación de —prácticamente— una vida, en el que se pone el foco sobre el caso de Keith LaMar. Como cuenta el propio Marquès a Más Jazz Magazine:

La intención era enseñar que hacer esto es posible. Está bien lo de los premios, es un honor, y que sea el primer disco de la historia que se hace con alguien que está en el corredor de la muerte, pero no quiero que sea el primero y el último. Mi sueño sería que esto abra un nuevo camino para hacer proyectos parecidos. […] La idea del libro era esta, enseñar el proceso y que inspire a más gente, el método. […] El objetivo es adentrarse en el por qué creo que Keith LaMar es inocente, de eso se trata, y en segundo lugar, de inspirar a otros a involucrarse con este tipo de cosas, da igual que sea un músico de jazz, eso viene luego. El jazz aquí es una herramienta de liberación.

Fotografía de Marta Vilardell, Iridia Fest 2023

El pianista de Granollers da cuenta de las cuestiones que se plantearon al inicio de este texto, de cómo la música se ha consumido a sí misma institucionalmente y el por qué. Marquès achaca muchos de estos problemas al racismo, una cuestión que, muchas veces, se reviste de epítetos que no consiguen disimular un problema que subyace en una parte nada desdeñable del mundo occidental y que afecta a una gran mayoría del colectivo afroamericano:

Una de las cosas que ha pasado en Estados Unidos es que no hay público negro de jazz, es muy caro, y sigue habiendo racismo y sigue habiendo desigualdad entre blancos y negros. […] Lo importante de Kamasi Washington, Robert Glasper, Nicholas Payton, y otros músicos es que están marcando un camino para reconectar con el público joven negro, que está muy desconectado de esta música desde hace décadas, de la comunidad que lo creó. […] La virtud de Freedom First, según dice Keith, es que recuerda al público esta historia del jazz; recuerda que la comunidad que lo inventó, la gente negra, sigue teniendo muchos problemas, reconecta con a las historias de este colectivo.

Lo cierto es que son muchos los factores implicados en el proceso de desarticulación identitaria del jazz con sus raíces étnicas —partiendo del hecho de que el jazz es un género híbrido per se—. Si bien el racismo es un problema de carácter social, cultural y político arraigado en las sociedades occidentales modernas que está implicado en la reificación del jazz, hay otros motivos —casi todos igual de nocivos— que forman una red ineludible ligada al desarrollo de la vida cotidiana moderna, como la hipercapitalización del arte, el desarrollo tecnológico, o los mass media y la cultura de la inmediatez, entre otras cosas. Lo cierto es que vivimos en un sistema político-cultural que premia aquellas manifestaciones que se alinean con los intereses hegemónicos, marcados, normalmente, por los poderes políticos e institucionales. El 22 de noviembre del año 1984, con el proyecto pseudo-democrático de la transición consumado, advertía Rafael Sánchez Ferlosio en su artículo “La cultura, ese invento del Gobierno”, publicado en el periódico El País, sobre la presión que ejercían las instituciones nacionales respecto al control de la cultura (la música en particular) para desactivar su poder subversivo. Volviendo a la conversación con Albert Marqués, en un momento dado le pregunté si el vaciado ideológico en el jazz pudo deberse no solo al racismo, sino también a que a finales del siglo XX se desarrollaron géneros más propicios para la lucha social, como el rap. Sin embargo, Marqués habla de un problema endémico que trasciende géneros:

No existe el activismo en el jazz, el jazz ha sido vaciado de ese componente social, o si lo tiene, es muy inofensivo. Lamar habla explícitamente, no es una cosa abstracta, su discurso está más cerca de Public Enemy que de cualquier músico de jazz actual. […] El rap también se está vaciando de eso. No me extrañaría que en cincuenta años no hubiese ningún músico negro y que nadie conozca a Public Enemy y su componente social. […] Con el proyecto de Pablo Hasél también me contactaron desde su grupo de apoyo, pero a diferencia de lo que pasó con el Caso de Keith, en España es completamente imposible llevar a cabo un proyecto como este, no puedo grabarlo. Hay mucha más libertad de expresión en Estados Unidos que en cualquier país de Europa. Para hacer la pieza con él tuve que coger sus declaraciones en la Audiencia Nacional, además de contar con Samuel, un amigo rapero. En julio sacaré una pieza con el primo de Eric Garner, que fue asesinado en 2014 por la policía de Nueva York.

Tras más de una hora de conversación, comenzamos a tratar en profundidad de los aspectos más políticos de El jazz suena en el corredor de la muerte, aquellos que tienen que ver directamente con el caso de Keith LaMar y las implicaciones reales de mostrar su apoyo público  a un reo a través de un proyecto musical. Uno de los momentos más interesantes fue cuando formulé la pregunta “¿Te trajo problemas de algún tipo tratar un tema tan controvertido como este en Estados Unidos?”:

Con el libro no, porque no existe en inglés. Cuando hacemos conciertos de Freedom First en Europa o Latinoamérica no es un tema controvertido, la pena de muerte no está aceptada socialmente. Pero mucha gente que me ha apoyado con el tema de Keith LaMar en España, no lo ha hecho con el tema que hice con Pablo Hasél, y en Estados Unidos es al contrario. Los temas de derechos humanos se ven con buenos ojos siempre cuando incumben a países o realidades diferentes a la que vives. […] He tenido que escuchar muchas cosas en Estados Unidos. Cuando hacemos giras en estados más hostiles como Ohio, es difícil, la gente está a favor de la pena de muerte, se pierde mucho público. Por ejemplo, el proyecto se ha acogido y ha tenido muy buenas críticas en todo el mundo, pero aquí Downbeat se ha negado a publicar nada sobre el disco porque me dicen que perderían a la mitad de sus suscriptores en el sur.

Fotografía propiedad de la Ohio State Penitentiary

Por otro lado, Marquès hizo una rápida valoración de cuál fue realmente el papel que jugó la música en su relación primera con LaMar y cómo terminó involucrándose en un proyecto de tal magnitud:

La conexión con Keith, desde un primer momento, es el jazz. Él se levanta todos los días escuchando A Love Supreme, es su forma de meditación. Es una cosa muy curiosa cómo el jazz, una música que no le importa a nadie, tenga este poder. Lo cierto es que no podía ser ninguna otra, tenía que ser el jazz, una música creativa, que se improvisa y que permite esta flexibilidad para introducir una llamada desde una prisión de Estados Unidos en directos.

De todos modos, Marquès no cesa en dejar claro el papel de la música como medio para una forma de crear que trasciende lo musical:

Keith siempre dice, y yo estoy de acuerdo, que la música en sí nunca lo liberará, pero es el medio que crea conexiones que pueden hacer que algún día lo liberen. El actual abogado que lleva el proceso de Keith estuvo en uno de los primeros conciertos que hicimos en Nueva York, le propuso el caso a su jefe y están trabajando en ello. De eso se trata el jazz, para eso sirve la música. Aun así, dicen que el precio para sacarlo del corredor de la muerte es de un millón de dólares. Poco a poco se involucra más gente. Por otro lado, el jazz fue el que hizo que se publicase en New York Times un artículo sobre Keith Lamar, el primero que se publicaba sobre su caso. Las palabras de Keith quedarán escritas para siempre gracias a la música, ese es su poder, amplificar voces.

La labor de Marquès es tan única como su propia música y, finalmente, está cumpliendo su objetivo: Freedom First está poniendo de nuevo el foco en la música como herramienta de cambio social; el público y los músicos dan cuenta de su poder y capacidad de movilizar recursos e intensificar los valores éticos del tejido social, hasta el punto de que:

Desde que saqué Freedom First me contacta mucha gente para hacer proyectos muy interesantes, hay muchos Keith LaMar en el mundo, pero no soy abogado, no soy periodista, no puedo repetir lo que hice con Keith con todos los presos del mundo. He perdido mucho dinero y he ganado muy poco, es inviable a nivel logístico, por eso me gustaría que este proyecto sirva para que más gente se atreva a hacer cosas así.

Desde Más Jazz Magazine le deseamos todo lo mejor a Albert Marquès y Keith LaMar, así como la liberación de este último, que, tras aplazar su última sentencia a finales de 2023, espera a ser ejecutado en enero de 2027. Al igual que Marquès, desde aquí defendemos el jazz —la creación y la creatividad— como una fuente de ocio y disfrute, pero también como bastión de resistencia —junto con muchas otras músicas— contra la vorágine mercantilista de la industria actual y como un medio para confrontar de forma directa muchos de los problemas que presenta el mundo actual. También animar a todos los lectores de este medio a participar activamente en la liberación de Keith LaMar, pues los ingresos que se generan con los proyectos que se han comentado en este artículo van destinados a tal fin.

El jazz suena en el corredor de la muerte es una herramienta de liberación que trasciende lo musical. Con el jazz como elemento vertebrador, Marquès da forma a una profunda reflexión en torno a los derechos humanos, la vida y la libertad.

Por Adrián Besada

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