GRETCHEN PARLATO Y LIONEL LOUEKE

Texto: Daniel Román

@romanrodaniel

Fotos: Recoletos Jazz

«I speak in Benín»

Lionel Loueke

Intentaré, resumidamente, dar cuenta de lo sucedido. Lo primero los elementos que podemos constatar a simple vista: un repertorio atravesado por una sonoridad ya madurada por el guitarrista Lionel Loueke, de amplia  trayectoria e inseparable de su propia expresión y de su forma de “ser musical”, que es el soporte estético de la propuesta; los ritmos vocales, el canto, el discurso armónico, los efectos de la guitarra (mecánicos y digitales) y su relación con la improvisación –no digo jazz porque su propuesta transita algunos bordes y excede lo estrictamente jazzístico– dan cuerpo al sonido resultante. Adicionalmente parece ser un dúo pero son muchísimo más que eso: estos musical soulmates –definidos así por Parlato– son propiamente una banda de al menos cinco músicos. Parlato y Loueke abordan las líneas de bajo –con la voz, la guitarra, melódicamente–, la sección rítmica –instrumentos de percusión étnicos, ruidos vocales, palmas–, los textos de las canciones –a veces a dúo a veces Parlato sola–, los solos de jazz –de ambos–, y las diferentes texturas de la guitarra –sonido de sintetizadores, golpes o arpegios “muteados”, armonías y rítmos en loop–.

El tono de la propuesta, por otra parte, es de carácter íntimo. Una intensidad absolutamente cuidada de principio a fin. Las dinámicas son un recurso decisivo toda vez que constituyen una capa expresiva en sí misma: los ostinato y motivos rítmicos y melódicos reiterados –como en el soul o el Funk– generan tensión gracias a los matices de intensidad: el susurro y la respiración juegan un papel preponderante y mediante el oído nos plegamos al acento de la oscilación acompasada del dúo.

Imagen cedida por Recoletos Jazz

La música que un cuerpo desprende al más mínimo desplazamiento, intuyo, parece haber estado ahí desde siempre. Antes que las palabras, sin duda, puesto que estas parecen venir de allí. Pienso en la traducción y el problema absurdo de los idiomas. La música persiste sin necesidad de palabras, pero estas traen, incluso cuando las leemos en silencio, un vestigio de su musicalidad: las palabras son la música pero la música no son las palabras. Los acentos y el ritmo son la verdadera musicalidad de las lenguas y del habla de cada cual, en donde cada uno está inscripto –tallado–, a su vez, por su territorio y su comunidad. Esto nos recuerda Parlato y Loueke. Que en la música la traducción está garantizada ya que aprendemos automáticamente su ritmo sin necesidad de significado alguno: El ritmo es su semántica.

Loueke, el mismo migrante y atravesado por la experiencia del extrañamiento del idioma, habla francés –el francés colonial de Benín y el de Francia donde ha residido–, yoruba y fon (habladas comúnmente en Benín), también inglés (estudió en Berklee y en Thelonious Jazz Institute) y suma, en su música, el ecosistema sonoro de su tierra natal. Mediante los ritmos vocales nos cantan, posiblemente, una poesía sin palabras que podemos recordar, ensimismados, mientras esperamos la luz verde de un semáforo –aunana aunana ea–.

Imagen cedida por Recoletos Jazz

La relación entre Parlato y Loueke conforma una unidad expresiva que conmueve por su minimalismo dinámico y por su riqueza expresiva. La política de la belleza, pienso, reúne por una parte un discurso absolutamente universal, común y afectivo y, por otra, plantea el falso problema de los límites: una lengua común, musical, inmediata, que en sus interminables matices, conmueve. La música así, sumisa ante su verdadera finalidad –mostrar su potencia con el solo discurso de su devenir– nos hace olvidar el contexto que la genera: el encuentro entre un guitarrista de Benín y una cantante de jazz de California.

 

Por Daniel Román

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