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Herbie Hancock, mentalidad plástica.

Jazz en el Auditorio, JazzMadrid 19 (Auditorio Nacional, 28/10/2019)

Por Jaime Bajo. Fotografías de (c) Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) – Elvira Megías.

El retorno a nuestros escenarios del maestro Herbie Hancock suscitó un interés desmesurado, aunque proporcionado a su genuina aportación al caudal creativo de lo que podríamos denominar jazz de vanguardia. Y, en este sentido, no es de extrañar que se le recibiera con una cálida ovación a su entrada en la siempre imponente Sala Sinfónica, abarrotada para la ocasión.

El maestro llegó, se emborrachó del cariño del público y se sentó, con la serenidad de quien sabe bien lo que tiene que hacer y cómo ha de ejecutarlo, para lanzar al vacío un puñado de sonoridades atmosféricas con la voluntad de ir abriendo así la veda y dando pie a sus músicos, todos ellos considerablemente más jóvenes que él, pero cada uno dotado de una personalidad escénica y musical que le complementa.

Así, el bajista James Genus representa la persona en quien confiar, que se ajusta al tempo, perfecto contrapunto al Herbie más imaginativo que deambula por los senderos no siempre rectos e inescrutables de la creatividad. El recién aterrizado baterista Justin Tyson, en la que era su segunda participación en el grupo tras su paso por las formaciones de Esperanza Spalding o los R+R=NOW de Robert Glasper, representa la energía desbordante de esa nueva generación de músicos para quienes el jazz es un lenguaje permeable, susceptible de transmitir emociones. Por su parte, la vocalista y flautista californiana Elena Pinderhugues representa ese punto de elegancia y lucidez en medio del barullo sonoro en que en ocasiones se torna la propuesta de Hancock. Y Lionel Loueke, guitarrista y en ocasiones vocalista, es su “apadrinado”, el depositario de su absoluta confianza, alguien que es capaz de aportar sin necesidad de desviar el foco de su protagonista.

La carrera de Hancock ha mostrado tantas facetas de sí mismo que, supongo, no debe ser del todo sencillo decantarse por una u otra canción al seleccionar un repertorio, si bien, dado el discurso siempre aferrado al rupturismo, a la vanguardia, pareció hasta cierto punto comprensible que prescindiera del estándar del género “Watermelon Man”. No lo hizo del repertorio que pergeñara junto a The Headhunters, aquella formación trufada de estrellas y paradigma del jazz-funk más avanzado y de los que incluyó varias piezas.

“Actual proof”, compuesta ex profeso por Hancock para el largometraje “The spook who sat by the door” (1973) e incluida en el álbum de The Headhunters, “Thrust” (1974), sonó como preludio a un repertorio jalonado de composiciones propias cuyo control estriba en donde se sitúe el maestro. Si lo hace en el piano, la velada adquiere un tono más jazzístico, mientras que, si se aproxima a alguno de sus teclados, sabes que en la frontera entre géneros quedará diluida y Hancock hará dialogar al jazz con el hip hop, el funk con la electrónica, a lo orgánico con lo digital.

Y es precisamente ese mentalidad versátil y plástica la que caracteriza a Hancock, si bien el público en ocasiones agradece una melodía de canto o flauta que brille entre ese colchón sonoro, un solo de guitarra que tienda puentes con los orígenes marfileños de Loueke, o incluso un línea melódica de piano que le permita asentar y dar coherencia a todo lo escuchado durante una actuación que alcanzó las dos horas y en la que hubo momentos brillantes (muchos) y algunos que lo fueron menos, con un Hancock quizá demasiado empeñado en incluir ciertas sonoridades y efectos vocales que se alejan en exceso de los sonidos orgánicos, naturales al oído.

Para el tramo final, Hancock tomó de nuevo las riendas de la velada, se agenció su keytar -ese teclado que se toca como una guitarra, de sonido agudo tan característico- para demostrar que el físico aún le concede ciertas licencias en el desarrollo de dos clásicos básicos de su repertorio, “Cantaloupe Island” y “Chameleon”, que ya había esbozado al comienzo de su actuación, pero que remató con un tremendo solo de keytar de los que le dejan a uno con los ojos como platos.

Si algo quedó claro es que Hancock tiene aún mucho que aportar, que lo va a hacer sin aferrarse en exceso a su pasado y en permanente comunicación con las generaciones que le suceden, dándoles voz e integrándolas con pleno derecho en su formación. Así que tenemos Hancock aún para muchos años.

 

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