«LongGone» Joshua Redman Quartet: Los consejos de Mr. Adams

Texto de Chema G. Martínez / Fotografías de Michael Wilson

Aquella noche, los integrantes del cuarteto de George AdamsDon Pullen se hallaban en un estado de euforia, exultación y sudor después de ofrecer un set particularmente virulento. “La vida es demasiado breve”, vino a contarme el saxofonista desde su puesto de guardia en la “UVI” del Café Central. “No hay tiempo que perder”. A Joshua Redman y sus compinches les cuesta una eternidad llegarse desde lo que algunos tomarían por un largo preludio a lo que otros llamarían el despiporre, entendido en los términos relativos de la posmodernidad al uso. Son un total de 5 piezas, durante los cuales los miembros del cuarteto caminan de puntillas, conteniendo la respiración, sin alzar la voz; como con miedo de quebrar la frágil sustancia sonora que sustenta el edificio. Y así, hasta llegar a “Rejoice”, la del despiporre relativo (*nota). El signo de los tiempos, supongo. En el jazz, como en todo, nada se crea ni se destruye, sino que se transforma dependiendo de lo que se lleva. La épica, los jazzistas de hoy se la dejan al orsonwelliano Kamasi Washington, que tampoco. La suya es una épica fake, de segunda mano, pero épica, al fin y al cabo. nada que ver con el disco que nos ocupa, tan callado, tan modosito, uno para todos y todos para Joshua Redman. Redman es el autor de las 6 piezas, es él quién abre y cierra la muralla, quién lleva la batuta y distribuye los papeles.

Hace 26 años, estos mismos grabaron una primera entrega (“MoodSwing”). 26 años después, pocas cosas han cambiado. La misma propuesta introspectiva y lírica, pero no demasiado; contenida, o elusiva, y solemne, por momentos (“Statuesque”). La sensación de que todo está en su lugar/todo está atado y bien atado; lo que el crítico de turno identifica como el culmen del camino de perfección emprendido por el cuarteto hace 26 años. A algunos, esta cosa de la perfección, los mocasines de marca y las botellas de agua mineral al lado del piano, como que nos provoca un sarpullido. Uno siempre ha pensado que la arruga es bella sin necesidad de que venga Adolfo Domínguez a contárnoslo.

McBride, Redman, Blade & Meldhau

Las piezas, enLongGone”, nacen y mueren delicadamente, adoptando la forma de ciclos (de vida o de lo que sea) que se cierran sobre sí mismos, lo que seguramente encierra un significado. Sea por propio convencimiento o porque les ha salido así, se advierte en los intérpretes un deseo tácito de eludir los extremos lo que, por otra parte, parece ser un lugar común en el jazz contemporáneo. La distancia que separa a Joshua Redman de George Adams es inversamente proporcional a su idea (la de Redman) de un jazz en tonos mates “a la Monet” donde la suma de los factores no altera el valor del producto; un jazz envuelto en un fulgor refulgente de pajarita y vibráfono, de cuando el MJQ, desmotración palpable de que, al final, todos los caminos conducen a Connie Kay, o a Brian Blade. conduciendo la interpretación por el camino que lleva a eso que los antiguos llamaban “swing” (no confundir con el estilo de música). Su juego de muñeca, conniekaiano hasta donde es posible; su dinamismo, precisión, levedad etc. expande el mensaje en las más allá de sus límites naturales como solo un creador de su categoría es capaz de hacerlo.

Un dato relevante: Blade es el único que mira directamente a la cámara en la imagen de la portada.

La cosa, que Brian Blade infunde vida a la criatura macilenta allá donde otros (Brad Mehldau) se preguntan qué están haciendo ahí. Esuchando “LongGone” (el disco y el tema homónimo), resulta difícil advertir la virtudes que han convertido al pianista & influencer en una de las voces ineludibles del piano de jazz post Bill Evans. Apenas en “Kite song” se le permite adentrarse por las esquinas brillantes/envueltas en sombras que tanto nos gustan a los aficionados. Será porque, al final, tanto él como Blade y McBride, están de visita. Joshua Redman les recibe con la cortesía y el porte digno de quien ha estudiado en los mejores colegios. A mí me recibió en su habitación de hotel cuando todavía era el hijo de Dewey Redman. De entonces, su tono límpido y puro no exactamente “saxofonístico”; su contención/fluidez, su gusto por la melodía/el equilibrio en cuanto toca/hace. Todo sigue ahí. Hace años, Redman encontró su camino y seguramente no ha encontrado motivo para desviarse del mismo.

De mi encuentro con el susodicho salí con una idea rondándome la cabeza. La de que Joshua Reman tenía miedo a volar. Y en esas sigue, sospecho.

Y entonces llega “Rejoice” y lo soluciona todo; los artistas sobre el escenario bailan la conga de Jalisco, los acomodadores saltan como cabras enloquecidas por los pasillos y las damas se suben de puntillas al respaldo de la butaca para vitorear a los valerosos espadas. Rejoice” – una pieza animosa y tramposilla, como otras del autor en el estilo – tiene el efecto de conseguir que el oyente olvide lo escuchado hasta ahí ¿Se imaginan lo que Adams Pullen & co. habrían hecho con algo así?

*NOTA: En realidad, se trata de una versión en vivo del tema homónimo proveniente del anteriorMoodSwing”

 

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