Texto: Violeta Salvador
Fotos: Darío Bravo
Ayer, hubo una calma inusual en los conciertos de Las Noches del Botánico. El aforo tampoco estuvo completo y el viento, frío y húmedo, aletargó las conversaciones, ya de por sí leves y comedidas. Quien conoce la música de Philip Glass sabe que requiere concentración y silencio. Sobreestimulados como estamos en la sociedad del consumo y el entretenimiento, disfrutar de este concierto fue todo un reto.
La apertura del concierto con la más que adecuada “Opening“ mereció esa quietud. De hecho, la primera parte del concierto desarrolló por completo uno de los trabajos más aclamados y accesibles del compositor vanguardista, Glassworks (1982), que comienza con “Opening”. Siendo una obra fundamental del minimalismo, es un claro ejemplo de en qué consiste este género. La música es cíclica, compuesta de patrones rítmicos y armónicos que se van añadiendo y variando imperceptiblemente para llevar al oyente al trance. Estas texturas sonoras, característica de la fusión entre elementos acústicos y electrónicos, además de las estructuras rítmicas repetitivas, sumergieron a los oyentes en un estado de hipnosis compartido.
Ese estado fue alterado en algún momento por un desequilibrio sonoro entre los instrumentos acústicos y la electrónica, y cierta descoordinación entre los intérpretes. Tras varias piezas, se notó una mayor concentración en los músicos, resultando en una ejecución más depurada. Los sonidistas también estuvieron más finos, logrando un mejor equilibrio entre la parte acústica y la electrónica, algo difícil de conseguir debido a las altas expectativas del público conocedor de la música de Glass y a la complejidad del ensamble.
Como ya sabemos, el término minimalismo es frecuentemente utilizado para referirse a la música de Glass. Es, de hecho, uno de los pioneros del género, y uno de los nombres fundamentales junto con Steve Reich, Terry Riley y La Monte Young. Sin embargo, parece innecesario subrayar que «música de estructuras repetitivas», término que ha elegido el propio Philip Glass para referirse a su música, encaja como un guante a lo que hemos escuchado esta noche. Ahí es donde radica la autenticidad de la música de Glass, que durante todas estas décadas se ha mantenido firme a su visión de la música y a su estilo, en el que ha podido profundizar con libertad.
Al piano, pudimos disfrutar del polifacético Michael Riesman, una pieza fundamental en la música de Glass, asumiendo la producción y conducción orquestal desde la fundación del ensamble. Es, de hecho, el Director Musical de Glass. Enseguida Riesman se ganó el afecto del público, poniendo todo su empeño en expresarse en castellano. A sus 87 años, Glass no gira con el ensamble que lleva su nombre, pero sí lo hace Riesman, que es solo un poco más joven: 81 años.
El público de Las Noches del Botánico está, quizás, menos acostumbrado a la quietud escénica que el ensamble, más cercano a la música de cámara, requiere para la interpretación de la música escrita. De hecho, el personaje del pasapáginas, que apareció en la segunda parte del concierto, sorprendió a gran parte de los espectadores.
Esta segunda parte, profundizó en el repertorio operístico de Glass, adaptado para el ensemble. Quizás las obras fueran de más compleja escucha, pero supuso un contraste muy interesante respecto a la primera parte. Culminando con un fragmento de su ópera prima Einstein on the Beach (1976). Otro de los retos que el público superó con creces fue la escucha activa de piezas inusitadamente extensas. Nuestro cerebro no está habituado a que nos exijan una concentración exclusivamente musical con piezas que pueden rozar los 10 minutos. Las composiciones de Glass se mantienen firmes ante la terrible moda actual de consumir canciones de menos de tres minutos.
La música Phillip Glass Ensemble es aún un baluarte de la atención y la escucha, un reto tanto para los músicos como para el público, que superaron con creces.