STEVE NELSON, DESCARRIADO

Texto y fotografías: Daniel Román

Recuerdo haber asistido, hace unos cuantos años atrás, al concierto de Dave Holland Quintet en Santiago de Chile, junto a mi amigo y maravilloso bajista Hugo Rojas Krumenacker. En una de nuestras conversaciones recientes, días atrás y mediante mensajes de audio, comentábamos sobre el estado actual del jazz –nuestro tema favorito–. Ese concierto de Holland, por inolvidable, nos llevó a recordar algún solo de Steve Nelson como ejemplo de que todavía nos podemos sorprender y de que, afortunadamente, aún hay músicos que se distinguen, por su relación con la música tan propia como auténtica, entre la inmensa acumulación de solos y discos de la historia del jazz.

Pues por cosas del destino, me entero de que Steve Nelson se presenta en el Café Central y me froto las manos, no sin antes comentarle a mi querido y admirado colega esta bella coincidencia. Que en estos tiempos ya no queda mucho por donde escarbar, decíamos, que las nuevas generaciones son técnicamente insuperables (tienen todos los tutoriales y masterclass de quien quieran, en cualquier parte del mundo y en ocasiones gratis), que son algo fríos, por esa misma minusvaloración en la caen las cosas cuando se está rodeado de ellas como dadas por la naturaleza –el tedio– y que entonces el jazz no produce, actualmente, la sorpresa que generó Parker o Coltrane o Pat Metheny, que  cuando los vimos frente a nuestros ojos –incluso en cintas de VHS–  nos impresionaba de lo que era capaz un ser humano con su instrumento.

Respiraban, al igual que nosotros –en eso coincidíamos–, pero era absolutamente deslumbrante y en principio inimitable y nosotros en Chile –a fines de los noventa, cuando muy pocos tenían acceso a internet– traficábamos, desesperados, la información que alguien lograba descifrar de algún disco para aplicarla en nuestros lenguajes (que triadas superpuestas, escala menor melódica para todo, asignarle números a las escalas pentatónicas, grabarse el circulo de quintas, que Steve Coleman, que el ritmo primero, la melodía después, etc.).

Disgrego y pienso que con cuarenta y pocos uno ya es un viejo, supongo que por este vértigo incesante en donde lo que debió suceder en 200 años, ahora sucede en una semana ¿Que cualidades definen ese sonido reconocible y extraviado de Steve Nelson? En principio que maneja todos los elementos –y muchos otros, seguramente– descritos anteriormente con fluidez, es decir, el amplio repertorio de los grandes del jazz en donde tanto el viejo blues de toda la vida, como las originales composiciones de Dave Holland, son el fondo por donde su discurso se diferencia; pero su aproximación, la elección de aquellos giros preponderantes, su «poética», definen su singularidad. Las mismas herramientas al alcance de todos pero que, en manos de Steve Nelson, se conjugan equilibradamente; por un lado, el conocimiento y la destreza, y, por otro, el vértigo y la creación que escoge para afrontar la distinción que musicalmente lleva a cabo.

Ser distinto, por necesidad patológica, trae consecuencias difíciles de afrontar. Nos dicen los grandes que hay que ir tras esa voz –imaginal– cueste lo que cueste, y soportar el vendaval de la vida cotidiana, no aflojar pese a saber que las posibilidades de abandonar están a unos pocos billetes que faltan para cubrir el alquiler. La vida urge, aplacar de una buena vez esa voz y dejar que la razón decida por nosotros: entretener, impresionar, tocar a toda velocidad y mostrarse si es que se puede. Pues no. Este no es el caso. A veces con unos silencios desproporcionados, con una noción rítmica que le da autonomía a sus frases musicales sin depender de nadie, haciéndonos creer que lo que sucede alrededor es una imagen borrosa, y que a cada momento es posible que salte una sorpresa.

La frase lógica –los licks que interiorizamos–, el oído, nos dice que va a resolver de una manera pero el solo, esquivo, va por sus propios derroteros, sin dejar de articularse dentro de la banda que lidera, ni del repertorio –en este caso standard– que presenta. Lo admirable, aunque parezca una tontería, no es nunca impresionante –el escritor Roberto Bolaño decía que el requisito de toda  gran obra es pasar desapercibida, o algo así–. El discurso armónico, y por lo tanto melódico, ha sido filtrado por Steve Nelson cuando por momentos parece haber continuado un solo de Thelonious pero con un noción rítmica distinta, con voz propia. Esas escalas hexáfonas  –o por tonos– que tan poco se usan, vuelven a la vida con destreza, las escalas blues, las citas a esas sencillas y hermosas frases de la cultura afroamericana convergen en su música como un lenguaje dentro de otra lengua. La noción de vanguardia de Steve Nelson –el uso explosivo de su autonomía, basada en el conjunto de recursos del jazz– lo convierten en una figura austera, en el lado opuesto de la excentricidad, ahí donde lo imprescindible –su apuesta musical y vital– es apenas perceptible, como regalos enterrados esperando a ser descubiertos.

Por Daniel Román

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