Una espontaneidad a mitad de camino en la última obra de Sotelo

Texto: Alicia Población / Fotografías: Rafa Martín/CNDM

A mitad de camino de la vida daba título al último de los conciertos de Series 20/21 celebrado el pasado lunes 13 de diciembre en el Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Durante el mismo pudimos escuchar el encargo que el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) le hizo al compositor residente en la temporada 21/22 Mauricio Sotelo para la conmemoración del 700º aniversario de la muerte del poeta Dante Alighieri.

La velada comenzó con una charla amena entre el compositor y el traductor y experto en el poeta italiano José María Micó, de quien podemos leer una sensacional traducción de La divina comedia en la última edición que ha publicado la editorial Acantilado. Durante la breve introducción del dúo, Sotelo nos explicaba cómo, de una obra tan universal como es La divina comedia, le había llegado más profundamente esa parte en la que se habla del infierno de hielo. Esto es señalable porque es una de las partes que se entienden más explícitamente en la composición.

La relación de Sotelo con el flamenco probablemente derive del cercano vínculo que tenía con el cantaor Enrique Morente. Es por esa relación por la que también conoció a Arcángel, quien daba voz a Dante en nuestro concierto. El elenco del que se rodeó el compositor madrileño tampoco quedaba lejos de los aires gitanos. Pablo Martín Caminero, ya muy familiarizado con el género, hizo alarde de su virtuosismo con el contrabajo; Agustín Diassera llevó el pulso y las sonoridades acústicas con un nutrido set de percusión y Juan Carlos Garvayo llevó las riendas del piano. Sotelo también tenía su hueco en el escenario. Disponía de un atril, un gong y varios cuencos tibetanos que hacían sus apariciones intermitentemente durante la obra. Para introducirnos más profundamente en la música, el compositor se encargaba de recitar de manera precisa y calmada fragmentos seleccionados de la obra traducida por Micó, que abrían boca y hacían más inteligibles las notas venideras. Si bien es cierto que las declamaciones de Sotelo tenían un exacerbado aire dramático, esto era más bien de agradecer, ya que de esta forma era más fácil conectar con los versos descritos. El compositor se esforzaba en dirigir a sus compañeros en determinados puntos, pero estos estaban, las más de las veces, subsumidos en la partitura, y solo en contadas ocasiones levantaban la mirada hacia sus compañeros, algo que acabó por reflejarse en la música como una falta de comunicación entre los intérpretes. Incluso Arcángel estaba demasiado ceñido al papel, y se echó de menos su característica potencia de voz, quizá mermada al tener que seguir fielmente la partitura. El contraste se notó de forma notable en los pocos momentos en los que el cantaor sí levantó la vista del papel y la dirigió al público: entonces sí se escuchaba al Arcángel de siempre.

Cuando se mencionó el lago helado, ese infierno que tanto inspiró a Sotelo, se describía aquel lugar como un sitio en el que “es el llanto es el que impide llorar”. Caminero y Diassera eran, quizá, esas gotas heladas del lago glaciar insondable, y unas cuerdas enlatadas marcaban esa subida cromática al infierno. “Ahí estaban las sombras, incrustadas en el hielo”.

Después de toda una primera parte sumida en sonoridades tenebrosas y difusas, que bien podían recordar esos nueve círculos del infierno dantesco, la segunda parte llegó como una luz esperanzadora que simbolizaba, sin duda, el purgatorio. La sinestesia sonora para representar esa luz quiso ser una subida intensa, una especie de torbellino en el que se entremezclaban sensaciones, pero no desembocó con toda la fuerza que quizá hubiera hecho falta para arrancar un aplauso que se sintió dudoso al final del concierto.

En definitiva, fue un recital interesante, pero que hubiera podido ganar mucha más fuerza si, quizá, los músicos se hubieran sentido menos encorsetados. La música enlatada bien pudiera haber sido en directo con ayuda de loops y pedaleras que músicos como Caminero y Arcángel hubieran podido controlar perfectamente. Sin embargo, lo que sin duda se echó más en falta fue la espontaneidad que ha caracterizado numerosas ocasiones a los músicos que estaban en el escenario y que, por una u otra razón, esta vez no les acompañó.

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