Bahía Jazz Festival 2020: Heráclito en el Guadalete

Texto: Juan Ramón Rodríguez / Fotografías: Jesús Mayora Espada

Sigue la incertidumbre apostada en cualquier ámbito imaginado tras los duros meses de la pandemia. Como si de una macabra política de ventas se tratase, la “nueva normalidad” supone una diáspora sin parangón, un repentino abandono de hábitos cómodamente asentados. Prueba de ello en la situación del sector cultural. La temporada estival, plagada de veladas multitudinarias, adolece últimos alientos de manera artificiosa. Las giras se suspenden, las salas corren el telón y los festivales intentan elucubrar ases en la manga. Los supervivientes, convocatorias minoritarias por lo común, gastan sus balas bajo estrictas medidas sanitarias. Pretende surgir un inexorable punto y aparte para la música en directo, como mínimo, hasta contar con una vacuna.

Con un clima a caballo entre escepticismo y esperanza, y resaca levantina, tiene lugar en El Puerto de Santa María la decimotercera edición del Bahía Jazz Festival. La balanza quiere posicionarse a favor de la segunda opción. Hay necesidad de conciertos frente al hastío de aquellas semanas pasadas, a tenor del lleno para los tres pases. Sin embargo, las dudas están presentes ante percances como la imposibilidad de incluir artistas internacionales en el cartel. A pesar de todo, resulta estimulante un elenco de tres cuartetos caracterizado por un preliminar eclecticismo. Lo conforman los hispalenses Cuarteto Fuerte, el onubense Carlos Villoslada con su Vista Atrás y un homenaje a Charlie Parker por Ernesto Aurignac.

La noche del jueves 23 dispone una localización en la Bodega de Mora, en apariencia, hermética. Si bien mantiene la esencia de años anteriores, el aforo se ve reducido a un tercio junto a demás directrices de carácter sanitario. Abren el espectáculo Cuarteto Fuerte, compuesto por Juan Miguel Martín al bajo, Gustavo Domínguez al clarinete bajo, Álvaro Vieito a la guitarra y Nacho Megina a la batería. Conocidos por proyectos como Malheur o Hidden Forces Trio, y con la ausencia de etiquetas por bandera, establecen una toma de contacto con alma de rock y disco homónimo. Un movimiento de heterodoxa búsqueda y guiño a la escena local por parte de la organización.

Desde el corte “Sofocos”, se expone un lenguaje anclado en la experimentación. El recuerdo es para bandas cuyo coqueteo con el jazz ha constituido arma principal, como unos audibles Soft Machine ante los escarceos de Domínguez y Vieito. Idea desarrollada en “Els Demacrats” con la solemnidad percutiva de vertientes progresivas. Los solos dejan patente aptitudes notables y un riesgo de paulatina dispersión en su conjunto. Se relevan momentos abrasivos como “Hola, ¿qué tal estás?”, instante álgido del recital. Remata la defensa de Cuarteto Fuerte, e incorporación de algún tema inédito, la afirmación de una propuesta en esa cuerda floja que separa lo polifacético de lo indeterminado. No es mal sitio si es elección del compositor.

Es turno el viernes, con igual y enmascarado decorado, del grupo del saxofonista tenor Carlos Villoslada. Lo hace el artífice de Kind of Cai acompañado por Arturo Serra al vibráfono, Joan Masana al contrabajo y Dani Domínguez a los tambores. El álbum ofrendado, con interesantes críticas a sus espaldas, describe un introspectivo corolario de vuelta al origen. En este caso, a la siguiente pasión de su autor amén del flamenco, que no es otra que un hard bop de fino trazo y macerado en bares de carretera. Con un discurso estructurado, reluce la inferencia de una progresión de intensidad inversamente proporcional en lo visto y escuchado a lo largo del certamen, para deleite del público.

Los compases de “Duros y Frágiles” evocan un quinteto de Dexter Gordon con palpable músculo. El escenario acoge a unos instrumentistas cuya técnica y experiencia concede un recreo de elegantes líneas y justa sugerencia. Mismo esquema con “Plaza de la Mentira” o “Espero que te Guste Cuando lo Oigas”, emocionantes baladas que valen su peso en aplausos. Los tempos rápidos van a cuenta de “M30” o “Small Confusion”, grabada por Serra en Nebulosa. Se unen el conciso aroma de blues en “Paseo a las 5:10” o el indulgente Bobby Hutcherson de Stick-Up! en “Arroz sin Nada”, con sabias cadencias de Domínguez y adornos de Masana. En sus últimos derroteros, un dechado de distensión y buen gusto.

El sábado aspira a confirmar la hipótesis inicial de agudización de fuerzas con cada actuación. El argumento esencial detenta nombre y apellidos, pues no es fácil hablar de Charles Christopher Parker Jr. Preside Aurignac al saxofón alto con muletas de Juan Galiardo al piano, un Joan Masana pluriempleado y Juanma Nieto a la batería. Una formación atípica, tal vez alejada del conocido registro de quinteto y trompeta, pero con atractivas razones para encumbrar la que pueda ser la muestra más relevante de la historia del Bahía Jazz Festival. No en vano, un cierre dedicado a la mayor figura del género es una romántica metáfora, cuanto menos, de cara a esta etapa que procede a la enfermedad.

“Groovin’ High”, contrafacto compuesto por Gillespie, arranca un endiablado examen en el que se esperan sudor y lágrimas; la sangre se encuentra en estado de ebullición. El calentamiento desprende detalles como la caída de una baqueta de Nieto o la mirada de desolación de Masana envuelto en una maquinaria imposible de detener. “Barbados” prorroga el torrente sónico de notas de explosivo bebop, con Galiardo encarnado en un Bud Powell custodio del ritmo. La sucesión de versiones sólo descansa para introducir “Body and Soul” o un “Back Home Blues” que da rienda suelta a un Aurignac sudoroso y animal, con absoluto dominio de las tablas. Piezas como “Embraceable You” de Gershwin rebajan éxtasis y permiten destellos en su pormenorizada ejecución.

Finaliza a medianoche un Bahía Jazz Festival repleto de aplausos y aprobación escondida en la mascarilla. No dista mucho el desenlace del fin de fiesta de otros tiempos, quizá más despreocupados ante la posibilidad de un colapso mundial. La música vuelve como antídoto de constante cambio, sea en fondo o forma debido a la COVID-19. En la brecha de ese aforismo griego, y embrión de un eterno retorno, “ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”. El mundo de la cultura parece detenido, a ratos extinto. Por suerte, condenado a su repetición y vuelta a una raíz de la talla de Charlie Parker. Que siga la música, por favor.

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