Caramelo de Cuba: bella como el sol que nace

Texto:  Juan Ramón Rodríguez / Fotografías: Iñigo de Amescua

Los meses postreros —persisten resquicios espirituales sin sentenciar esta nueva normalidad a la tiranía del año— replantean esquemas otrora firmes ante cualquier noticia que anhela ser un motivo de celebración, por espuria que parezca, más allá de antítesis figuradas. Vestido el halo al final del túnel, las salas abren sus puertas y sus programaciones auguran un tímido arranque del circuito local; bajo ningún concepto apocado, la sensación rezuma un calor no apreciable en los registros inmediatos, pues todo tiempo pasado es peor contra la ausencia de agolpamientos firma de las entradas de mayor concurrencia. Atrás quedan esos níveos celajes, la tristeza de un astro a las puertas de su languidez.

No tiene nada que extrañar, mimado contexto mediante, la expectación generada tras la reapertura del templo capitalino del jazz llamado Sala Clamores. Una larga espera propone enmendar penurias musicales, excitar a un ritmo continuo la energía brindada entre candilejas con renovada cartelera y la misma avidez. El pianista Javier Gutiérrez Massò, Caramelo de Cuba para tantos amigos, escancia con doble pase el vermú de un expectante sábado. Madrid luce la gala, su palpitante hormigueo que caracteriza tal activo abanico cultural, hecho que el protagonista de la tarde sabe al jugar sus cartas. Junto a él avienen Yaser Morejón al contrabajo, Martin Andersen a la batería y Pedro Pablo Rodríguez Mireles a la sabrosura.

Una disposición insoslayable, platea contagiada de asientos en torno al fuego, aguarda con paciencia el inicio del concierto. Apenas cinco minutos separan el tañido del protocolo de la llegada de los artistas al escenario; sigue igual de minúsculo que la última vez con su nostálgica pasión por lo hacinado. Precede el silencio a un escueto calentamiento de la banda, especial atención a esas notas que escapan sin resistencia del Yamaha de cola, blues chanelado en la honrosa lengua de aquellos flamencos que acogen con simpatía al indiano. Alguien mantiene la respiración. Escasos segundos bastan para disipar barruntos, el torrente de son y métrica de la isla mana con elegante parsimonia.

Los compases dirigen el leitmotiv de una actuación presta a lo epicúreo en detrimento de lo estoico, sabiduría a través del placer y no del deber, en confesión de un cansado teclista con ocasión de su huella por el Ciclo de Jazz de la Universidad de Málaga. Ello no es óbice para el reproche; no hay mayor placer que deleitarse con un vaso de agua, y asegurar que es el mejor jamás bebido, cuando acecha la sed. Tan notorias sensaciones deparan una revisión a clásicos ya interiorizados en las calles, ciertas de ellas al otro lado del Atlántico y discos de la talla de Cuban Jazz Report en el oído.

Hay recuerdos que no pasan por alto pese a lo festivo. Es el nombre propio de Enrique Morente el que brilla en memoria de un legado al que Caramelo debe mucho; no es sólo el título de un cariñoso apelativo con el paso de los años sino una magistral hoja de ruta como El Pequeño Reloj, proyecto del de Sacromonte. La emoción se palpa a cada chispa de las congas, cada quiebro de la escala, cada aplauso en definitiva. Una conexión que abandera la libertad de un lenguaje desprovisto hasta ahora, dialectos que no son sino una parte de ese embrujo del país de las cañas y las selvas seculares.

Breve pero intenso, persisten el clasicismo de “Pequeña Serenata Diurna” con delicados arpegios y el fin de fiesta abonado al alborozo. En consonancia con la tradición, la cadencia es acelerada y evoca el canto del manisero que asimilan las corcheas de Michel Camilo o Chucho Valdés mientras Pedro Pablo intenta instruir, opera con gusto la percusión y dispone de fulgores solistas de buena aceptación. “Todo lo que empieza termina”, entona un dulce deshecho en halagos y eucaristía con un extasiado público. No hay duda del comienzo y tampoco, con suerte, de un final que se espera algo remiso, alejado en una duradera temporada. Tierra bendita de los poetas brillantes, gracias por volver.

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1 comentario en «Caramelo de Cuba: bella como el sol que nace»

  1. No me sorprende nunca y para nada que caramelo deje en cada actuación. Sabor a Cuba, maestria inigualable y la compañía de sus acompañantes. Hablamos de MÚSICA. Para aqiellos que solo gustan de música comercial barata, no podrán alcanzar el gusto de un piano que gime y llora sentimientos, ritmo y almonia. Gracias…

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