Chucho Valdés en Sevilla: un sabroso brindis por la «vieja» normalidad

Texto: José Armenta Vergne / Fotografías: Elena López Ortego / Alberto Germá Yerga

Chucho Valdés había anunciado que el 25 de junio Sevilla iba a ser su primer encuentro con los escenarios europeos después del largo paréntesis impuesto por la pandemia, y que tenía preparado un programa con el que el auditorio “iba a flipar”. Su expresa nostalgia del calor del público coincidió con la inminente liberación de las mascarillas (a las 12 de esa misma noche) y con un aumento de las temperaturas al nivel que suelen tener en estas fechas por estas latitudes: un ambiente de lo más propicio para una noche de viernes animada y cálida en el marco idóneo de la Plaza de España, emblema arquitectónico de la Exposición Iberoamericana de 1929 y escenario de esta tercera edición del Singular Fest.

Tras una breve presentación en la que nos puso al corriente de sus intenciones con la frase “voy a meter toda la timba cubana y toda la gozadera”, Chucho se sentó al piano, les hizo un gesto a sus músicos y en pocos segundos nos tenía seducidos con un arrollador despliegue sonoro surgido de un conjunto formidable, que sonaba casi como una gran banda gracias a la riqueza tímbrica y la exuberancia rítmica aportadas por el percusionista.

Salvo en un intervalo determinado, el concierto transcurrió por sendas bastante reconocibles, pero la ausencia de sorpresas no le restó un ápice de frescura. El casi octogenario pianista había declarado que, además de hacer un repaso de su larga trayectoria musical revisando etapas diversas (Jazz Batá, Irakere), pretendía incorporar un nuevo ensayo de fusión con la tradición clásica europea, pero el eje conductor del concierto apenas se distanció de las pautas más habituales del Jazz latino y afrocubano; el tándem compuesto por Georvis Pico Milian a la batería y Pedro Pablo Rodríguez Mireles a la percusión, reforzado por la estimulante pulsación de Reinier Elizarde Ruano “El negrón” al contrabajo, estableció un poderoso engranaje rítmico que hacía que los espectadores no pudiéramos estarnos quietos en nuestros asientos, y el líder parecía a menudo más deseoso de reforzar a dos manos esa maquinaria bulliciosa que de explorar escalas y progresiones armónicas de mayor complejidad. De hecho hubo varias fases en las que dejaba que el protagonismo corriera a cargo de sus colegas quedándose en un discreto segundo plano, como si con los años hubiera atemperado su tendencia al derroche de recursos y hubiera evolucionado hacia una forma de contención que inevitablemente nos recordó el refinado aplomo y la economía expresiva de su padre.

Tras los dos primeros temas se produjo el paréntesis estilístico antes mencionado: Chucho nos anunció que nos iba a interpretar un Danzón cubano a lo Mozart como botón de muestra de su proyecto de fusionar los ritmos cubanos tradicionales y la música clásica europea dentro de un marco jazzístico. Pero la verdad es que lo que escuchamos (a partir de la Pequeña música nocturna y la Marcha turca de Wolfgang Amadeus Mozart, con alguna alusión a la célebre Serenata de Franz Schubert) no puede decirse que alcanzara un nivel profundo de integración de elementos, sino que consistió más bien en un juego de alternancia y balanceo entre las frases más conocidas de las melodías clásicas y las chispeantes cadencias de las danzas cubanas a modo de respuesta o contrapunto. Digamos que más que una verdadera fusión fue una especie de yuxtaposición no exenta de gracia.

Pero este breve paréntesis vino a funcionar como punto de inflexión previo al asalto final. De nuevo subió la temperatura con una pieza bien representativa del Jazz latino, Armando’s Rhumba, en homenaje al maestro Chick Corea, y a continuación el pianista, a piano solo, nos obsequió con un breve popurrí en el que perfiló amorosamente las líneas melódicas de las canciones (Bésame mucho, Waltz for Debbie, People y But not for Me) dando entrada a sus acompañantes en el tema de George Gershwin. Y a partir de ahí, de nuevo los cuatro músicos en ebullición, una línea de intensidad ascendente centrada en los ritmos cubanos tradicionales que alcanzó su zénit con un gran éxito de Irakere, el son montuno Ahora tú verás lo que va a pasar, coreado y bailado por buena parte de los presentes. No cabía duda de que esa era la fórmula idónea para la ocasión, tanto por la predisposición del público como por la propia composición y orientación estilística del cuarteto, y fue ese el tono alegre y cálido que acompañó la velada hasta el final, con Chucho invitándonos a acompañar rítmicamente los temas y exprimiendo al máximo su buena sintonía con el respetable. Y es que la verdadera fuerza motriz de toda la sesión, y, me atrevería a decir, de los logros más destacados de la trayectoria artística de este músico, fue esa acabada y fértil forma de fusión llamada Jazz afrocubano, cuya semilla late en herederos tan interesantes como Harold López Nussa entre otros muchos.

Tras un par de propinas se terminó la gozadera y nos fuimos dispersando con caras de felicidad, calculando los minutos que faltaban para dejar de lado la mascarilla. Y uno no podía dejar de pensar que ese inolvidable divertimento tropical había constituido la mejor fiesta posible de despedida a una interminable pesadilla.

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