Enrique Oliver, la certeza de la tradición.

El saxofonista malagueño presenta en estas fechas su nuevo trabajo como líder, un exquisito CD llamado Incerteza. La sede de Clasijazz (Almería) fue la elegida para uno de sus conciertos, el pasado 29 de diciembre.

Texto: Ramón García / Fotos: Fran Peñate

El jazz sigue creciendo, mutando e incorporando a su mochila estilística todo lo que encuentra a su paso, pero a los que amamos esta música también nos gusta volver a reconocer su más pura esencia, encarnada en ese indefinible concepto del swing y en el bop evolucionado que tantos grandes genios crearon en unas pocas pero mágicas décadas del pasado siglo XX. Encontrar músicos como el saxofonista Enrique Oliver, capaces de destilar todas esas enseñanzas y transportarlas a este nuevo siglo con frescura es un placer al que no debemos nunca renunciar. Enrique presentaba en la sala Clasijazz (Almería) su nueva creación, un trabajo llamado Incerteza, editado por el sello Blue Asteroid hace escasamente un par de semanas.

Para defender una sólida colección de composiciones, casi todas de su autoría, iba acompañado por algunos de los músicos participantes en la grabación, como Albert Sanz al piano y el maestro de maestros de la batería Jorge Rossy. En el contrabajo, el muy solicitado Bori Albero, que reside desde hace algunos años en Almería y, en calidad de invitados, el flautista malagueño Fernando Brox y el trompetista almeriense Jose Carlos Hernández.

Con este equipazo Enrique hizo un recorrido por varios subestilos del jazz en un concierto que dio comienzo con Calipsonny, un simpático calipso compuesto en homenaje al gran Sonny Rollins, una buena elección para romper el hielo. Continuaron con Orange and Cinnamon, un tiempo medio tirando a balada, con un Rossy tremendamente imaginativo en las escobillas. Jorge es un batería que consigue que desees acudir a un concierto solamente por el mero placer de verlo tocar, teniendo que hacer esfuerzos para fijarte en el resto de músicos. Su repertorio de ritmos y sutiles adornos es inagotable, con una rara cualidad que todo percusionista debería luchar por poseer: lograr elevar el nivel del resto de sus compañeros de escenario sin ocultarlos ni interrumpirlos.

El primer standard, How about you, es uno de esos que siempre gusta recuperar y donde Oliver y Sanz, algo tensos al comienzo, se soltaron de una forma espectacular, aprovechando una base rítmica con el swing reinando por encima de todo. Reconciliación fue otra balada con aires de bolero iniciada por el contrabajo de Albero al que se sumó delicadamente Sanz al piano, y con una interpretación preciosista de Enrique al tenor, que posee un fraseo con infinidad de referencias que recuerdan a los grandes de su instrumento, sin imitar a ninguno.

Tras esa ‘delicatessen’ llegó uno de los temas más trepidantes de la velada, Tati, composición dedicada a su hermana, con el tándem Albero-Rossy entretejiendo un endiablado walking sobre el que los solistas nos hicieron disfrutar con dos de las mejores improvisaciones de la noche, incluyendo unos cuatros finales con la batería verdaderamente emocionantes. Tras otra tierna balada, Rocío, el piano de Sanz se erigió en protagonista, acompañando a Enrique inmediatamente después en una interpretación a piano y saxo del For heaven’s sake, construyendo uno de sus más elaborados solos.
Los invitados llegaron en la recta final del concierto, subiendo primero al escenario el joven trompetista almeriense Jose Carlos Hernández, cuya progresión como solista está siendo espectacular, amén de su trabajo como docente y director de la BigBandarax, una orquesta de esas que trabaja la cantera y dará buenos músicos en poco tiempo. Con él sonó Melancolic, un tema del primer trabajo de Oliver, y ya con el flautista Fernando Brox acometieron el coltraniano After this, otro de esos momentos de paroxismo musical de la noche.

Llegando el final aparecía la composición que da nombre al disco, Incerteza, una bossa nova con aires sesenteros cuya melodía interpretada a tres voces – tenor, flauta y fliscorno – dio paso a otra buena colección de improvisaciones, destacando especialmente la sutileza y musicalidad de la flauta de Brox.
Decisión valiente la de acabar el concierto en cuarteto y con una balada, el otro standard del disco, I’ll look around, basado en un arreglo de Mike Gibbs, a su vez inspirado en la gran Billie Holiday. El tenor de Oliver aquí nos retrotrajo al elegante siseo de Webster, respaldado por una rítmica de tal sutileza que el respetable casi tuvo que contener la respiración en sus últimos compases.
El bis fue solicitado por el publico de un Clasijazz abarrotado y la elección no pudo ser más acertada: el único blues de la noche, Blues for Joshua – dedicado a uno de sus ídolos, el gran Joshua Redman – un tema sencillo y festivo en el que volvieron a incorporarse Brox y Hernández, y que hizo que el disfrute sobre el escenario se expandiese hasta el último rincón de la sala.

Concierto impecable, se mire por donde se mire, con una mezcla equilibrada de inspiración, técnica y emoción, y unos artistas superlativos abordando ese jazz que nunca debe perderse. No hay incerteza en este caso, y podemos confiar en que músicos como Enrique Oliver se encargan de ello.

 

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