Javier Colina y Albert Sanz: querendo mais Brasil

Texto: Ramón García / Fotografías: Rosa Cid.

Dicen que lo bueno, si es breve, dos veces bueno. Un lema que el pianista Albert Sanz y el contrabajista Javier Colina aplicaron a rajatabla el pasado miércoles 10 de noviembre a su paso por el Teatro Apolo de la capital almeriense, en una nueva jornada del XXIX Festival de Jazz (Almerijazz 2021).

En poco más de una hora expusieron al respetable una muestra de su nuevo disco, Sinhá (Youkali Music, 2021), en el que retoman ese homenaje a la música brasileña que iniciaron con Sampa (Youkali Music, 2018).

A pesar de un notable desconocimiento de la riqueza musical de Brasil, con compositores de la talla de Antonio Carlos Jobim, podemos asegurar que hay vida antes y después de la bossa nova y, por supuesto, más allá de las alegres sambas. Es de agradecer que músicos como Colina y Sanz dediquen tanto esfuerzo a estudiar y difundir a compositores tan prolíficos como poco conocidos dentro de nuestras fronteras. Y, por otra parte, es también loable la habilidad y el mimo con el que trabajan los arreglos de cada uno de los temas que rescatan, consiguiendo en ocasiones que los más antiguos suenen modernos, y viceversa.

Si hubo un hilo conductor en su set-list ese fue Chico Buarque de Hollanda, uno de los grandes de la MPB (Música Popular Brasileña), junto a sus compatriotas más conocidos Caetano Veloso o Gilberto Gil, por citar solo a tres.

Con Buarque y su Sinhá abrieron el concierto, tras una sensible intro a piano solo de Albert, dejando claro que la noche iba a tener un carácter muy intimista. Colina en el contrabajo es garantía de solvencia e imaginación a partes iguales, y desde su improvisación en ese primer tema, con su típico canturreo al unísono de las notas del contrabajo, sentó cátedra. Sanz demostró estar a la altura con un conocimiento armónico excepcional, así como la solvencia rítmica adecuada para afrontar el difícil reto de un concierto de este tipo de música con solo dos instrumentos sobre el escenario.

Otra destacada figura de la música brasileña, Milton Nascimento, fue también homenajeado con Cravo e Canela, con un jugueteo inicial de Sanz sobre el arpa del piano antes de entrar en su fascinante melodía. Vista atrás para rescatar afamado mandolinista Jacob do Bandolim. Su Vibracoes nos trajo indistintos aromas a choros y fados, y también una de las más bonitas improvisaciones de Albert al piano. Del mismo autor interpretaron también Doce de coco que, como el propio Colina indicaba, fue llevado a ámbitos más cabareteros.

Tras otra nueva composición de Buarque, la reciente Cantiga, llegó la sorprendente interpretación de Colina al acordeón, que mostró gran soltura con ese instrumento. El primer tema elegido fue João y María, versión de una vieja canción de  Sivuca, compuesta en los años 40 y que, por la sonoridad del acordeón y el tipo de arreglo, nos transportó cerca del tango argentino. Algo parecido sucedió con el siguiente, Loro, de uno de los autores más vanguardistas y cercanos al jazz de ese país, el gran Egberto Gismonti, en el que Colina rozó el virtuosismo en algunos pasajes.

Curiosamente el tema final, O Xote Das Meninas, donde Javier volvió a empuñar el contrabajo, era una versión del acordeonista Luiz Gonzaga, conocido como ‘el rey del baião’. Aunque el original se basa un antiguo ritmo llamado xote -con cierta relación con nuestro castizo chotis madrileño-, ellos le dieron un aire más cercano al blues.

Como bis, una versión de Na Carreira, del disco de Buarque y Edu Lobo O Grande Circo Místico, en la que consiguieron captar a la perfección el ambiente de fanfarria circense existente en la original.

Una segunda propina no hubiese sido nada mal recibida, pero quizá la intención de Colina y Sanz fuese, sencillamente, dejarnos con ganas de más.

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