JAZZMADRID 20 – Red House: el blues de las mil caras

©Jorge Arévalo
©Iñigo de Amescua

Texto: Federico Ocaña / Fotografías: Iñigo de Amescua

Un concierto electrizante el que se vivió la jornada del domingo en el Fernán Gómez. Electrizante por los contrastes, por la entrega del público y porque el protagonista fue el blues: heterogéneo, con múltiples orígenes, padres y madres, pero blues, en definitiva. Es curioso cómo las músicas configuran los países tanto como los países configuran sus músicas: si el blues hubiera nacido en España, habría nacido seguramente con el Lazarillo de Tormes, contando guitarra en mano, con el anonimato debido, su desgraciado nacimiento junto al río o sentado junto al archiconocido ciego (qué mejor maestro para esta música), pero el hecho es que el blues nació en Estados Unidos. Bases y acordes que atraviesan su geografía montados en tren, navegando los ríos, cruzando caminos y bosques, cosechando los campos, levantando las ciudades y, como todo gran estilo, en cada región se adapta y transforma. Red House tiene una ventaja en ese sentido: la banda, formada en 1998, nació y ha crecido en España, por lo que puede elegir sin ataduras el estilo de blues que más le interesa, tocar la música que más gusta a Francisco Simón y Jeff Espinoza sin mirar en qué parte del blues, en qué familia, se ubica. A Simón y Espinoza se unieron en este viaje Carlos Sánchez a la batería y Manuel Bagüés al bajo.

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Demostraron esa libertad, decimos, de principio a fin, empezando por Bill Withers y su Use Me, que abrió el concierto -no es la primera vez que inauguran la función con este tema- y predispuso al público a una combinación de temas propios y ajenos, susceptibles de acompañamiento con los pies o las palmas del público. El planteamiento es sencillo: doce temas en un lapso de hora y media; tema, solo de Simón, tema, rematado en ocasiones por un nuevo solo de Simón. Acompañamiento impecable a la guitarra (con una muy rockera batería), Simón practica un gusto medido por el delay en los solos, más ácidos en el segundo tema Standing at the Station, de Keb’ Mo’. Con Love’s a Looney Toon, tema de composición propia -con Lou Marini – que apareció en “Chihuahua Boogie” tenemos una base más estática, algo más pesada, los solos de Simón destacan más en los riffs y la aportación de Sánchez a la batería es notable, mientras que Bagüés colabora en los coros del estribillo que da nombre a la canción: Love’s a Looney Toon. Con You’ve got me running de Jimmy Reed, la misma base se salva y brilla, alterada por ritmos ternarios en la batería que agilizan el clásico 4/4. Es este un tema que arranca con introducción de guitarra, canta Espinoza de nuevo apoyado en los coros por Bagüés, y eleva Simón con un solo desprovisto de efectos y efectismos. La profundidad de la voz de Espinoza brilla también aquí como en ningún otro tema. De Mavis Staples, Eyes On The Prize rescata el gospel, la reivindicación de libertad, y Espinoza recurre para acompañar a una guitarra acústica -que afina en directo. El tema tiene un sabor añejo, con la entrada de los músicos en capas, primero la acústica, luego el tema en la guitarra solista, por último, la batería, forzando un cambio de ritmo para alejarlo del gospel y acercarlo al rock. “Hold on”, dice la letra, “resiste”; paradójicamente, el tema suena quizá en la primera parte del solo de Simón algo descontrolado, acelerado, aunque en la segunda, en los agudos, se recupera el ritmo. Rematan los Red House ejerciendo de maestros de ceremonias, volviendo al tono de gospel, invitando al coro del público y con un punteo final de guitarra más grave y pausado.

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Resuena plácida, cómoda acoplándose a un registro agudo, la voz de Espinoza en A Change Is Gonna Come de Sam Cooke, un nuevo punto de soul, esta vez en un tranquilo 6/8. La libertad que anunciaba Eyes On The Prize se materializa aquí en un solo de Simón más lírico y una voz que se permite variaciones sobre la melodía en su segunda exposición y ralentiza el final.

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A los Red House les gusta el contraste, el cambio de escenario geográfico y musical. Prueba de ello es el carrusel de emociones que propone a continuación. Aprovechan la relajación del público para llevar el sonido al funky los Neville Brothers, de Nueva Orleans, y su Brother Jake, para cuyos coros se unen los tres guitarristas, como si de los hermanos se tratara. Feels like rain de John Hiatt, en versión “más cercana a Buddy Guy” según los intérpretes, suena a balada, a Clapton, y sí, efectivamente, a Buddy Guy. El tono melancólico de la canción permite un nuevo solo lírico de Simón, de nuevo con un uso controlado del pedal y de la palanca de vibración. Rattlesnake Road, un rock que firma el dúo de guitarras (da título, de hecho, a su cuarto disco, publicado en 2007), entretenido, breve, con una improvisación breve también de la que se echa de menos un desarrollo mayor. Del regusto a maquinaria ferroviaria de Rattlesnake Road a otro tema funk, Riding on a Dream, composición propia, perteneciente a “Red House & Friends”. Para culminar la actuación propusieron un Hey hey de Big Bill Broonzy desprovisto de ingenuidad, con una batería explosiva y un ritmo cercano al surf rock, y en el que invitaron al público a participar por encima de sus posibilidades sanitarias. Brillante Simón aquí, desplegando recursos en la improvisación, que aguantó hasta pocos compases antes del cierre. Pero aún quedaban diez minutos para la hora H y el público reclamaba más. De esta manera regalaron High on the Blues, lleno de humor, que incluyó diálogos de Bagüés y Sánchez y una nueva llamada a la participación, esta vez más discreta.

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Espinoza ejerció de guía y maestro de ceremonias, y Simón de animador, variando el estilo de improvisación en casi cada tema, emulando, más allá de los compositores e intérpretes citados, a Hendrix o Chuck Berry entre otros grandes, en este ecléctico recorrido por el sonido blues en el que el público empatizó con los guitarristas y se entregó con cada tema.

La programación completa y detallada de JAZZMADRID 20 esta disponible pinchando este enlace

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