Leandro ‘Gato’ Barbieri y los inicios del jazz en Latinoamérica

Gato Barbieri

porque la música es la memoria de los sueños[1]

Texto: Guillermo Glujovsky

Una tormenta de cambios sociales y políticos se avecinaba sobre Latinoamérica a comienzos de la década de 1960. Atraídos por la onda revolucionaria, referentes de todas las disciplinas culturales intentarían traducir a la esfera artística lo que parecía ser un cambio inminente.

En relación con el jazz, un grupo de músicos influenciados por el género afroamericano cuestionaron los fundamentos sobre los que se apoyaba la música en general y el género en particular. Intentaron transformar lo jazzístico en medio y expresión de la ‘resistencia’ frente a las injusticias sociales sufridas en la región.

Leandro ‘Gato’ Barbieri se sumó desde sus comienzos a este círculo de músicos, logrando ponerle sentimiento, ritmo y melodía al movimiento que integrarían los países de Latinoamérica.

A través del abordaje de aspectos destacados de la historia profesional del músico, trataremos de descifrar algunas de las claves que permitieron inaugurar este nuevo capítulo en la era de la internacionalización del jazz.

Sus comienzos

Nacido en 1932 en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, Leandro Barbieri comienza a estudiar el clarinete a la edad de 12 años, señalando como una de sus primeras influencias a Charlie Parker.

En los años 50, ya radicado en la ciudad de Buenos Aires, integró consagradas orquestas de jazz del ambiente porteño[2]. Al mismo tiempo, intervino en otra de sus pasiones, que se extendería a lo largo de toda su carrera: el cine[3].

Gracias a sus maratónicas veladas nocturnas, cuando en una misma noche tocaba incansablemente hasta altas horas de la madrugada en los bares de jazz porteños[4] recibió el sobrenombre de ‘Gato’. Entrevistado por el crítico de jazz Nat Hentoff, relata lo que en ese entonces el lugar que ocupaba el jazz en su vida:

‘No escuchaba ni entendía la música argentina. En lo único que pensaba era en el jazz, lo único que para mí tenía valor.’[5]

Gato Barbieri Lats tango in Paris

La partida ( …nada es para siempre)

De acuerdo con el historiador Sergio Pujol[6], el Gato integraría el grupo de músicos argentinos que, habiendo estudiado, desarrollado una carrera y obteniendo reconocimiento en el país, decidieron partir para radicarse de manera definitiva en el exterior. De esta manera, en los albores de los 60, al encontrar que sus aspiraciones musicales sobre los escenarios locales habían llegado a un límite, el Gato inicia un viaje a través del mundo del jazz que de alguna manera jamás finalizaría.

Su primer destino fue Brasil, donde conoce al cineasta brasilero Glauber Rocha y se mimetiza con uno de los personajes de sus films: Antonio das Mortes[7]. El comentario no es menor, ya que el sombrero que acompañará al Gato durante la mayoría de sus presentaciones será el mismo que utilizó Antonio das Mortes en la película, poniendo en evidencia el aura de místico-revolucionaria que el personaje ejerció sobre el músico.

Su travesía continuará por Italia, países de Europa y Estados Unidos, tocando junto a renombrados músicos como Don Cherry, Ornette Coleman, Dewey Redman y Charlie Haiden[8].

El Gato Barbieri y el free jazz

Fue en este periodo cuando el saxofonista participa decisivamente del free jazz[9]. Reservándole un lugar de excepción en su gestación, el historiador de jazz Sergio Pujol afirma que Barbieri fue el único músico argentino que vivió el surgimiento del movimiento desde dentro, con intensidad sonora y convicción artística excepcional.

Acorde a los cambios por los que atravesaba el mundo artístico occidental, quienes integraron el free jazz[10] se valieron de recursos que trascendían el racionalismo musical, incursionando en los sitios más profundos de la conciencia como herramienta de creación. Quién mejor que el Gato para explicar el desarrollo y la expresión de una idea musical bajo esta nueva tendencia:

‘Musicalmente pretendo llegar al punto en que pueda expresar los que llevo en mí, valiéndome de mi saxofón, de manera tan natural como uno camina o respira. Normalmente uno tiene una idea y después la desarrolla. Yo sueño con eliminar esta etapa del proceso, de manera que fluya instantáneamente, que sea tan natural que otras personas respondan ante ella con la misma natural con que fluye. Sería un primer paso hacia un comportamiento natural en todas las cosas.’[11]

Gato Barbieri Chapter One

Volver… que diez años no es nada

Tras diez años de esta travesía por los escenarios más variados del jazz europeo y norteamericano, el Gato decide regresar a Latinoamérica. A diferencia de aquellos músicos que una vez radicados en el exterior reniegan de sus orígenes, Barbieri vuelve al encuentro de sus raíces con la intención de conformar una nueva identidad musical. Michelle Barbieri (su esposa y productora) narra detalles sobre este renacer:

‘Antes, Gato solía lamentar no haber sido un jazzista negro. Pero una vez que comprendió que también él tenía fuertes raíces culturales y que provenía de una parte del mundo donde existe una gran opresión, ya que son pueblos tan oprimidos y explotados como los negros y por la misma gente, entonces pudo hacer valer sus méritos.’[12]

Aplicando los principios de deconstrucción racionalista —originados en su reciente experiencia en el free jazz— el Gato comienza a edificar un estilo que combina el carácter afroamericano del jazz con su propia condición nativa. Para ello, rescata instrumentos y ritmos típicos del continente, como la samba brasilera y el carnavalito argentino, dándole a ambas expresiones un giro inexistente hasta el momento. Durante su estadía en Argentina (1973) relata pormenores de su exploración:

‘Lo que estoy buscando es conseguir un sonido auténticamente sudamericano. Pero nuestra música folclórica es de origen indio y yo la siento demasiado liviana desde el punto de vista rítmico, por eso quiero una cosa más pesada y me parece válido, porque aquí también hubo exterminio de indios. Desde el punto de vista musical me interesa radicalizar el sonido, reivindicarlo como una manera de expresión actual. Aquí voy a utilizar, además de percusión, armónica, quena, charango y arpa guaraní y después en Brasil pienso grabar con una scola do samba, agarrar siete u ocho tipos y tirar una cosa también fuerte. Quiero que la música hable de lo que pasa en Sudamérica.’[13]

Gato Barbieri web

La revolución, el arte y la política: detalles de una relación no siempre muy evidente

La mencionada situación por la que atravesaba América Latina en los años 60 se extiende e incluso se profundiza en la siguiente[14]. La ebullición social y política del contexto marcará de manera definitiva al músico, provocando un cambio sustancial no solo en su crecimiento artístico, sino también en el resto del espectro jazzístico internacional. Merced a esta combinación inédita que mezcla instrumentos y ritmos propios de las distintas regiones sudamericanas con el jazz, Barbieri es tildado por biógrafos y críticos de ‘revolucionario’. Al respecto, resulta interesante conocer qué piensa el Gato sobre la relación entre el arte, la música, la revolución y la política:

‘Un artista nunca puede ser un revolucionario. Si trata de serlo, desvirtuará su arte. ¿Puede un artista, por lo menos, ayudar a hacer una revolución? No, se puede revolucionar el arte propio, pero no hacer una revolución con el arte. La revolución tiene que lograrse por medios políticos. Pero tal vez la música, si es lo bastante hermosa, puede ayudar a que la gente empiece a cambiar un poco… a que empiecen a tomar conciencia y así estén preparados para avanzar en otros aspectos, en el aspecto político. Tal vez. Es lo único que puedo decir.’[15]

De esta manera, lo espiritual —más allá de lo político— ocuparía un lugar privilegiado para el músico dentro del proceso de creación artística; y es a partir de allí, donde comienzan a gestarse las revoluciones. Al respecto —y valiéndose como referencia de uno de sus saxofonistas guía—, Barbieri se explaya:

‘La música de Coltrane jamás fue política, ni explícita, ni implícitamente, pero pertenecía tan profundamente al espíritu, expresaba con tal profundidad el alma de los negros, que quizás pudiera cambiar la vida de la gente. Y ahí es donde se inician las ciertas revoluciones.’[16]

Este artículo ha pretendido contribuir a analizar los factores que han incidido en el origen del jazz en su variante latinoamericana y la imprescindible participación del multifacético saxofonista argentino en la formación de este. Examinamos sus estudios, sus primeras influencias, sus intervenciones en el jazz porteño y el cine, como elementos artísticos que lo acompañaron durante toda su trayectoria. La partida del país, el recorrido por el mundo y el clima revolucionario de las décadas de 1960 y 1970, provocaron su renacer artístico a través del reconocimiento de sus raíces, determinando la conformación de un estilo inconfundible, admirado y difícilmente imitado aun hasta nuestros días.

Músicos, críticos e historiadores de jazz han dicho de él

‘Todas las definiciones de su estilo coinciden en que se está ante un músico de fuerte personalidad, sumamente expresivo, capaz de convertir su instrumento en una parte más de su sistema físico-psíquico…’[17]

Sergio Pujol

‘Como la música folklórica característica de las orquestas de percusión africanas y latinoamericana, suena salvaje y totalmente improvisada, pero está en realidad rigurosamente estructurada y proyectada de antemano.’[18]

Robert Palmer

‘Un signo del acierto de la profecía de John Lewis es Gato Barbieri, que es de entre los músicos que no son norteamericanos la fuerza jazzística más original desde Django Reinhardt, y como músico de mucha mayor significación que Reinhardt, porque es quizás el portavoz de una nueva era de la internacionalización del jazz. Reinhardt fue único, pero Barbieri se halla a la vanguardia de un incalculable contingente de músicos de diversas partes del mundo que, cada vez más, parecen capaces de fundir su propia herencia musical con la del jazz, creando así una multiplicidad de lenguajes musicales nueves que —a no ser por el jazz— no habrían existido, pero que se nutren también de una compleja diversidad de otras raíces culturales.’[19]

Nat Hentoff

‘Hacia finales de 1960, cuando Gato Barbieri llegó bajo la influencia de la Avant-Garde, su música fue más una búsqueda y una toma de riesgos que algo más calmado. Su particular sonido está marcado por un ataque extremo, su tono picante y un incómodo vibrato. Tiene una tendencia a lo inesperado y a través de intensas octavas salta a una estratosfera acompañada por un conjunto de bramidos, gritos, graznidos y aullidos a través de su saxofón. Esta emoción primitiva y física, expresión pura de Barbieri, es positivamente rítmica y esta indefectiblemente ligada a la incendiaria escuela de los saxofonistas John Coltrane, Pharoah Sanders y Archie Shepp.’

Bill Milkowski

Leandro ‘Gato’ Barbieri, murió en la ciudad de Nueva York (2016) a la edad de 84 años.

¡HASTA SIEMPRE, GATO!


[1] Extraído de la portada del disco compacto que lleva por título Caliente (A&M Records, 1986)

[2] Entre las que destaca la conducida por el pianista y director de orquesta Boris Claudio ‘Lalo’ Schifrin quien compuso, entre otras, la música para series de televisión norteamericanas como Mannix, Harry el sucio y Starsky y Hutch; y películas como Bullit y Misión Imposible.

[3] Intervino en films tales como Los jóvenes viejos (con música del pianista y compositor de jazz Sergio Mihanovich), La patota y La guerra del cerdo. En Europa y Estados Unidos en Firepower, Seven Servants, Before the Revolution, L’harem, Una Bella Grinta, Notes for a Film on Jazz. Trabajó con Pier Paolo Pasolini, Gianni Amico y Daryush Shokof. Es recordada la composición y ejecución de la música para el film El último tango en París, bajo la dirección de Bernardo Bertolucci.

[4] Particularmente el Bop Club y Jamaica.

[5] Nat Hentoff. El mundo del jazz a través de sus más importantes intérpretes. Ed. Pomaire (1982).

[6] Sergio Pujol. Jazz al sur. La música negra en la Argentina. Emecé Editores (1992).

[7] En la película Antonio das Mortes representa a un héroe popular, quien, bajo las órdenes de un gran propietario terrateniente, asesina Coriana, el último canguanceiro (traducción del portugués: bandido del pueblo). Si bien Antonio mata a Coriana, su contacto con el ambiente rural y con su gente lo hacen cambiar de actitud, solicitando al poderoso terrateniente que distribuya sus tierras y alimentos entre la población, en un intento de adecuar el relato cinematográfico al clima de la época.

[8] En 1969 tocó en la Liberation Music Orchestra, donde se reunieron varios de los músicos encaminados a crear un cambio significativo en el jazz, orientado a expresar las desigualdades sociales y políticas que ocurrían en Latinoamérica. Entre sus integrantes se encontraban Ornette Coleman, Paul Motian y Charlie Haden. Precisamente este último es el autor de Song for the Che, un homenaje a la muerte del Che Guevara, ocurrida en 1967. Barbieri también rescata musicalmente el asesinato del líder de la Revolución Cubana en el álbum que lleva por título Bolivia, grabado en Nueva York (1973).

[9] Participó en una de las expresiones más emblemáticas del género: Escalator over the Hill, grabada durante los años 1968 y 1971. Integrada por tres long plays, incluía ritmos y melodías diversas provenientes del rock, de la India, como así también por música para teatro compuesta por Kurt Weill.

[10] En relación con el jazz tradicional, le cuestionaban nos solo sus orígenes enraizados en la música clásica europea sino además su meros objetivos de ‘entretener a la gente’, como así también el control económico —ajeno a quienes ejecutaban su música— del género.

[11] Nat Hentoff, 1982 (pág. 244).

[12] Nat Hentoff, 1982 (pág. 243).

[13] Diario La Opinión, 1973. En Sergio Pujol.

[14] A la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos se agregan el Mayo francés y la Guerra de Vietnam.

[15] Nat Hentoff, 1982 (pág. 243).

[16] Nat Hentoff, 1982 (pág. 244).

[17] Sergio Pujol, 1992 (pág ).

[18] Nat Hentoff, 1982 (pág. 244.

[19] Nat Hentoff, 1982 (pág. 237).

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