‘Q: autobiografía de Quincy Jones’: una vida entre ratas, mujeres y galardones

Texto. Gilberto Márquez

Después de veinte años desde su publicación original en Estados Unidos, Libros del Kultrum traduce ahora al castellano la vida y obra del multipremiado músico, compositor, productor y exitoso empresario del entretenimiento

Además del valor documental, las memorias de Quincy Delight Jones Jr. sirven para destaparle como un excelente narrador que te engancha desde el primer instante. Sobre todo, al exponer su dura infancia, con una madre enferma y ausente y un padre volcado en conseguir dinero para poder alimentar a la prole. Las minuciosas descripciones de sus años iniciáticos se suceden en un gueto afroamericano de Chicago, luego con su abuela materna en una humilde casa en Louisville (Kentucky) y, más tarde, en un bungaló en Bremerton, cerca de Seattle, compartiendo sufrimientos con nueva familia -numerosa esta vez- que incluía madrastra y hermanastros. Conmovedor.

De niño problemático, aunque buscavidas, se vio transformado por necesidad en un adulto prematuro en el centro de esa última ciudad, en la que el poder sugestivo de la música le cambiaría para siempre. Probó con varios instrumentos y se decantó por la trompeta. Debutaría, sin embargo, en un grupo de canto a capela. Pero pronto, gracias a su pasión e insistencia, ingresaría en el combo de jazz de Robert ‘Bumps’ Blackwell. Era finales de la década de los 40 y, entre otros hitos, ya había tocado junto a Billie Holiday en alguna actuación.

Su carrera progresaba a pasos agigantados. Perfeccionaba su técnica en el Berklee College of Music de Boston con una beca; mientras, le surgían los primeros encargos como arreglista en la Gran Manzana. Allí, con 18 años, conoció a lo más granado del momento: Miles Davis, Charles Mingus, Art Tatum, Dizzy Gillespie… Imperdible, por otra parte, su encuentro con Charlie Parker en la noche neoyorquina. Giró por Norteamérica y Europa con la formación de Lionel Hampton en dos años frenéticos, en los que adquirió una enorme experiencia, un estilo sofisticado, registró discos, realizó composiciones propias y, en el plano personal, se casó y tuvo una hija.

Es ésta otra constante en Q, la autobiografía de Quincy Jones. No sólo del mundo del espectáculo vive el hombre. La música era y es su pasión, pero, a veces, como trabajador infatigable, no proporcionó toda la dedicación que anhelaban sus seres más queridos: siete hijos de cinco mujeres. Él tampoco escurre el bulto y confirma su fama de pícaro y ligón empedernido. Aquí se cuentan las juergas, los numerosos escarceos con las féminas y cómo sufrían sus matrimonios por las infidelidades, por ejemplo, con Dinah Washington. Sin embargo, no parece que le guarden mucho rencor por ello. Tampoco Quincy tiene malas palabras para nadie. Pero, conociendo su verborrea, ¿qué hubiese dicho sobre Donald Trump y su hija Ivanka de haber escrito el libro ahora?

Dejando a un lado la crónica rosa, toca detenerse en su éxito dentro de la industria. Cuando fichó por Mercury Records, a comienzos de los sesenta, se convirtió en el primer vicepresidente negro de un sello discográfico norteamericano. No obstante, desde esa época, se le acusó de iniciar un trasvase del bebop al pop en su periplo artístico. Le afearon que se alejara del jazz para dedicarse a otros sonidos, si bien es cierto que siempre ha mostrado una amplia visión del negocio y un sexto sentido para detectar nuevos talentos. No extraña, por tanto, que abrazara desde el principio el hip hop para seguir creciendo como mito.

Igualmente, se aborda su próspera faceta de compositor de bandas sonoras para cine y televisión en Los Ángeles, así como su vertiente de empresario editorial y multimedia. Y, por supuesto, la de prestigioso productor. De hecho, hay sendos capítulos dedicados a su relación laboral con Michael Jackson, con especial atención al superventas Thriller (Epic, 1982), y a la constelación de egos que reunió para la grabación, con fines humanitarios, del tema We are the world (Columbia, 1985).

A lo largo del amplio texto -más de 400 páginas sin los anexos- se intercalan los recuerdos de Quincy con la valiosa aportación de amigos, hijos, hermanos, exesposas o compañeros de profesión como el trompetista Clark Terry, el saxofonista y flautista Jerome Richardson, el contrabajista Buddy Catlett o el gran Ray Charles. Todos, al mismo tiempo que enriquecen el hilo argumental con otros puntos de vista, complementan el relato sin que necesariamente caigan en el halago fácil hacia el protagonista.

Se remata el volumen con una serie de apéndices entre los que se encuentran la lista con la discografía detallada de Jones según su participación como productor, director, compositor, arreglista, supervisor musical, trompetista, vocalista o pianista. El número abruma, se lo pueden imaginar, como ocurre con el catálogo de premios y nominaciones. Asimismo, es de agradecer la inclusión de tres encartes con más de setenta fotografías de su trayectoria.

El contenido de Q (Libros del Kultrum, 2021) es fabuloso y viene presentado en una coqueta edición, austera pero elegante, y de la que no podemos pasar por alto la ardua tarea del traductor, Luis Murillo Fort, quien realiza una más que correcta faena, pues la lectura resulta ágil en general, si bien existen ciertos giros algo incomprensibles que, sin embargo, no llegan a entorpecer el ritmo. La muy esperada semblanza de Quincy Jones no hace más que confirmar la trascendencia de una de las figuras esenciales de la música popular, pero también se erige en una apasionante historia de superación e ingenio que ejemplifica cómo alcanzar un sueño a pesar de padecer el hiriente racismo y desde un estrato social de lo más humilde.

¡Comparte tus comentarios!

4 comentarios en «‘Q: autobiografía de Quincy Jones’: una vida entre ratas, mujeres y galardones»

  1. A finales del invierno del año 1960, me encontraba actuando en Lisboa como integrante (guitarrista/arreglista) de la Orquestra Robledo (posteriormente Orfeu Negro). Era la primera avanzadilla en Europa de la Bossa Nova. Una feliz noche mis compañeros y yo asistíamos al concierto de Quincy Jones y su Orquesta cuando el director del Hot Club de Lisboa nos propuso el dar una audición a Quincy Jones y su banda al término de su concierto, debido al interés demostrado por ellos, por conocer esa nueva musica llamada Bossa Nova, que del Brasil.a Europa. Una vez en el Hot Club arrancamos con nuestro concierto y a los pocos minutos teníamos a media banda de Quincy Jones en el escenario, tocando Bossa Nova con nosotros, terminando en una magnífica “jam”. Han pasado 60 años y yo sigo dando vida a la Bossa Nova desde España. Jayme Marques (ex alumno Berklee) Saludos

    Responder
  2. Muchas gracias, Jayme, por leer nuestros contenidos y elegirnos para compartir tan valiosas vivencias. Es un verdadero honor. Recibe un afectuoso saludo.

    Responder
  3. Lamento lo de eso ‘giros incomprensibles’ (ponedme un ejemplo, a ver si aprendo), pero agrdezco la mención al traductor, cosa poco habitual como sin duda sabéis
    Un abrazo

    Responder
    • Muchas gracias por tu comentario, Luis.
      Tal vez no me expliqué en el texto todo lo bien que debería. Lo que en él quería decir es que encontré en el libro algunas expresiones o frases que personalmente me suenan algo extrañas en castellano o que no comprendí su significado, como por ejemplo, «[…] pero qué cosas de decir, ¿no?», «En la trena lo pasamos mal; el funcionario nos puso salitre en los saleros» o «ropa nueva de trinca».
      Sin embargo, en ningún momento pongo en duda que éstas sean las mejores traducciones posibles para esas expresiones.
      Muy agradecidos por tu trabajo.
      Un abrazo.

      Responder

Deja un comentario