Snarky Puppy y Masego: entre lo orgánico y lo digital.

Noches del Botánico en el Real Jardín Botnánico Alfonso XIII (23/07/2019)

Por Jaime Bajo. Fotografías de Kplan.

Las elecciones de bandas realizadas por Julio Martí para Noches del Botánico nunca obedecen a una casualidad. Y es obvio que, en este caso concreto, lo que el festival trató de mostrarnos es que la música de raíz afroamericana -mejor dicho, la miriada de músicas afroamericanas- aún está descubriendo senderos con los que proyectarse a futuro. Ahora bien, hay modos diversos, contrapuestos en ocasiones, de explorar dichos caminos.

Masego tiene la fortuna de haber nacido en un país, Jamaica, en el que la música se encuentra en un perpetuo proceso de redescubrimiento. Allí, lo que hoy es novedad mañana puede haberse quedado desfasado y desbordado por una nueva cohorte de artistas, si uno no sabe adaptarse a los nuevos tiempos. Así que, antes de que los críticos lo colmemos de etiquetas, él ya ha decidido en que cajón ubicarse, calificando su música de trap house jazz. Algo así como un soul impregnado de electrónica, trip hop y jazz.

Lo cierto es que su directo te golpea desde un primer instante, al reunir todos los condicionantes que un público joven -mayoritario en esta ocasión- espera de él: una buena dosis de graves, broken beats por doquier, claro sustento en bases de música electrónica de club -house, dubstep, trip hop-, un buen complemento audiovisual que lo aderece -un vj puede salvarte de una actuación discreta en un momento crítico- y un tipo con un carisma innegable -¿D´Angelo 2.0?- liderando sin ambajes una propuesta en la que cree y en la que parece ejercer un dominio absoluto de las circunstancias y los tiempos.

Sin embargo, conforme iba avanzando su actuación, mi sensación es que su apuesta no dejaba de explorar una y otra vez una misma fórmula exitosa, si bien limitada: inicio de las canciones con bases pregrabadas -el rol de sus músicos pasaba bastante inadvertido-, progresiva incorporación de los músicos, video-lyrics de atrezzo, habituales apelaciones a que el público repitiera un mismo fraseo vocal –“aili aili aili oh”- y, cuando la canción rayaba en una cierta monotonía musical y temática -el cien por cien de las letras de su álbum de debut “Lady Lady” tratan sobre la mujer: “Queen tings”, “Lady lady”, “Black love”…-, emergía un buen solo de saxo -apreciable dominio el suyo de instrumentos como el teclado o el saxofón tenor- en clave de smooth jazz para demostrar quién mandaba sobre el escenario.

Bien diferente es la propuesta que defiende Snarky Puppy, una formación dirigida por el multipremiado bajista californiano Michael League y radicada en Brooklyn, Nueva York, que se ha convertido, con el paso del tiempo, en cantera para el fogueo de instrumentistas de cierto nivel. Como anécdota curiosa, recordar a uno de sus ex organistas, Shaun Martin, quien, actuando en la sala Clamores de Madrid, agradeció al público que siempre acoja de buen grado a “todos los músicos de Snarky Puppy, que somos muchos”.

El concepto de la banda prioriza, a diferencia de Masego, la instrumentación sobre la inclusión de música en formato digital. De ahí que hayan armado una banda que no escatima en instrumentistas: dos teclistas, dos trompetistas, dos bateristas / percusionistas, etc. Además, cuenta con una importante ventaja: teniendo muy claro las sonoridades a explorar (free jazz, funk, afrobeat, sonoridades arábigas…), no tiene la necesidad de contentar a ningún sector de público en concreto. Y ese es un punto a su favor.

En su contra, varios factores. Por un lado, la escasa interacción oral con el público, necesaria en un momento dado para defender una propuesta 100% instrumental. Por otro, la excesiva dependencia de los organistas de la banda, uno de los cuales no estuvo esta noche a la altura de la propuesta. Por otro, el hecho de no respetar que una trompeta o un teclado deben sonar como tal y no emular a una guitarra – ¿problema del sonido o elección deliberada de sus técnicos?-. Por último, el hecho de que su actuación no terminara de carburar con plenitud, salvo momentos puntuales de brillantez, hasta que encararon la recta final del concierto.

Fue entonces cuando un público, que hasta entonces se había mostrado más contenido y atento a las intervenciones de lo portentosos instrumentistas con que cuenta la banda, pudo corear sin reparos ese himno que representa “Chonks”, disfrutar de las colaboraciones del guitarrista malagueño Daniel Casares y del cantaor y saxofonista gaditano Antonio Lizana -muy aplaudida, por cierto, su intervención- en ese afrobeat transformado en flamenco jazz de ida y vuelta, “Xavi” -pieza abierta con la que interactúan con músicos locales allá donde se dejan caer-, o rendirse a la aclamación popular que reclamaba la interpretación de “Lingus”, aunque la banda se resistiera hasta el último momento -“si tocamos “Lingus”, la gente se marchará y nos quedaremos aquí solos”, llegó a comentar Michael League en una de sus escasas interacciones verbales con el público-.

En este hipotético pulso librado entre la apuesta por lo digital -con las bases pregrabadas reemplazando a los músicos- y la instrumentación orgánica -con una formación propia de una big band de estilo libre-, consideramos que se impuso de manera holgada esta última, aunque cabe reconocer que Masego, una vez desarrolle un criterio propio -apenas cuenta con un álbum de su proyecto-, es un artista que nos va a proporcionar muchas alegrías de cara a futuro. Y esa es, creo, una magnífica noticia.

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