Michael Wollny: Un niño en la Luna

©Joerg Steinmetz

Texto: Federico Ocaña / Fotografias: Joerg Steinmetz

Theodor W. Adorno, antes de dar nombre al gato de Julio Cortázar, dado a estos malévolos homenajes, fue uno de los filósofos más destacados del siglo XX. Perteneciente a la Escuela de Frankfurt y defensor de una filosofía crítica con la razón instrumental, sus análisis partían siempre desde las ciencias sociales y se dirigían no sólo a la teoría, sino a cualquier fenómeno cultural. El jazz fue diana de algunas de sus críticas más feroces en el terreno de la música. Tanto por su modo de producción como por su función social y su utilización por la superestructura económica y la política cultural estadounidense, el jazz- decía Adorno- estaba emparentado con la música de masas, con fenómenos como la música de entretenimiento para el baile, con la despreocupación política y con la producción de simulacros de liberación, de fetiches culturales que en realidad sólo aíslan al individuo.

Disculparán este excurso cuando escuchen Mondenkind de Michael Wollny, pianista alemán con una extensa carrera como sideman y, desde 2014, también un prolífico recorrido como líder o solista. Los temas del disco escapan del leitmotiv -que Adorno odiaba- y funcionan más bien como el desarrollo de un paisaje sonoro, una exploración de los efectos sonoros de disposiciones interválicas poco frecuentes, en una técnica que puede recordar a la dodecafonía de Alban Berg, a la sazón maestro de Adorno, o Anton Webern. Es el paisaje sonoro de la luna, quizá, o tal vez el de una tradición pianística que, como decimos, tiene un siglo, y que Wollny conoce y respeta.

De Berg, como de Paul Dessau, en la tradición del expresionismo alemán aplicada a la composición para piano, rescata Wollny un cierto sentido dramático, rayano en el patetismo, tomando como excusa la descripción de un viaje que, según la portada del disco, nos lleva a una luna roja. “La luna está ensangrentada”, dirá Wozzeck, el protagonista de la ópera homónima de Berg, al ver reflejada en ella el asesinato que acaba de cometer. Destaca y sorprende en ese viaje de Wollny la “Sonatine (Nr. 7, 2. Satz)” (Rudolf Hindemith), un ejercicio rescatado de la vanguardia histórica, donde podemos incluir a Berg como digno precursor, aunque por el mestizaje con el idioma del blues y el ragtime que Wollny quiere imprimir al disco quizá será más apropiado citar a Conlon Nancarrow o John Cage, en EEUU, por ejemplo (“Un animal imaginé par Meliès”, composición propia de Wollny). En esta misma línea destaca “Tale”, cuyo comienzo que podría haber salido, por cierto, de la pluma del otro componente de la Segunda Escuela de Viena, Arnold Schönberg (escúchese su “Pierrot Lunaire”).

En el minimalismo vemos, en cambio, la herencia de Anton Webern, un compositor tan ignorado como fascinante, cuyas “Variaciones, Op. 27” no precisaban de un viaje lunar para transportar al oyente a un idioma desconocido hasta la fecha en este planeta. Es cierto que Wollny prefiere por lo general (hay excepciones, como “The Rain Never Stop on Venus” y “Spacecake”, ambos de Wollny) no presumir de virtuosismo y se vuelca en la inspiración en la melodía con apoyo de acompañamientos más o menos repetitivos -en los graves o en los agudos, como el martinete, el golpeo de fragua, de Mondenkind. Los acompañamientos van creando una sensación casi visual de vuelo en círculos, de órbitas; en ese sentido, este Mondenkind cumple perfectamente con su propósito de elevarnos a otra dimensión con los recursos mínimos del piano.

Con “Lunar Landscape” (Wollny), “Sonatine”, “Tale”, “Enter Three Witches” (Wollny), “Nun schliesse mir die Augen beide” (Alban Berg), el álbum dejaría a Adorno boquiabierto por la capacidad, heredada paradójicamente del maestro de Adorno, Berg, de poner la música al servicio de una cierta trama sin perder una estructura férrea, así como por su dramatismo y por la expresividad y el lenguaje melódico del jazz.

©Joerg Steinmetz

Con “Velvet Gloves & Spit” (Timber Timbre) o “Mercury” (Stevens, Dessner & Muhly), sin embargo, cae en efectos y timbres más conocidos, menos arriesgados: afectados, en definitiva, y más cercanos de la estética del pop y el new age que de la música clásica contemporánea. Esta otra serie de temas, que Adorno no soportaría, tienen un tempo más homogéneo y abusan de una supuesta narratividad. Al menos tienen la ventaja de ser, en virtud de esa misma homogeneidad, una especie de momento de relajación antes y después de la intensidad de los temas más complejos.

Este Mondekind, que aparenta ser un homenaje a la soledad, la satisfacción y el estado de conciencia de Buzz Aldrin, Neil Armstrong y Michael Collins en aquel viaje a la luna de julio de 1969, esconde a su vez un homenaje a compositores y pianistas que, desde el lenguaje del blues, el jazz y la música alternativa en Estados Unidos y desde la vanguardia de la música clásica en Alemania, exploraron para nosotros un paisaje pianístico tan fascinante como aún desconocido.

Eso sí, corresponderá al oyente tomar partido, o bien por los timbres menos convencionales con este figuradamente redivivo Theodor Adorno, o bien por la sonoridad, menos arriesgada -más trillada- de la música popular de nuestro siglo.

Mondenkind fue publicado en septiembre de 2020 por el sello alemán ACT Music Gmbh y distribuido en España por Karonte Distribuciones.

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2 comentarios en «Michael Wollny: Un niño en la Luna»

  1. El maestro tanto de Berg como de Webern es Arnold Schönberg. El tratado de armonía de Schönberg es frecuentemente estudiado por aquellos que quieren llegar a ser compositores de jazz.

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    • Efectivamente, Schönberg fue maestro de ambos, Webern y Berg, y ha sido y es estudiado por quienes quieren componer -aunque siempre fue más impopular que su gran rival, Stravinsky, y por tanto su influencia ha quedado semienterrada o incomprendida, lo que da más valor, si cabe, al trabajo de Wollny.

      Sin embargo, como explicamos en la reseña, en Mondenkind se perciben también las influencias de Berg y Webern, a pesar de que la obra de Berg para piano no es demasiado amplia y a pesar también de que Wollny no cita explícitamente a Webern en las composiciones o las notas al disco (tampoco cita a Schönberg, por cierto, pero su impronta es innegable).

      Gracias por su comentario, por enriquecer el debate y que disfrute de la recomendación y la escucha

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